martes, 14 de agosto de 2018

234 GLORIA


GLORIA
BENITO PEREZ GALDOS
234
Se separaron algunos pasos; pero volvieron a juntarse. Eran como la playa y la ola que siempre parece que huyen la una de la otra, y siempre se están abrazando. Por fin, cuando la    noche estuvo más cerca, por los cerros lejanos, tierra adentro, se veía un jinete que marchaba despacio, inclinada la cabeza sobre el pecho. Su figura negra perjudicaba a la armonía del risueño paisaje, y parecía que después que él pasaba todo volvía a estar alegre.
Hacia Ficóbriga caminaba Gloria arrastrando la pesadumbre de su dolor, como el imitador de Cristo a quien este ha dicho: «toma tu cruz y sígueme». Todo en derredor suyo respiraba paz y el dulce reposo de los campos. Volvían los bueyes de las praderas y del trabajo, tardos, paso a paso, cabeceando con sus pesadas testas y sus nobles semblantes llenos de gravedad. Las mujeres de la aldea iban en opuesto sentido, llevando sobre la cabeza largos panes de más de media vara, y los pescadores ponían a secar sobre el altozano de la Abadía las húmedas redes, en cuyas mallas resplandecían aún como limaduras de plata las escamas de las sardinas.
Todo esto lo vio Gloria, y todo se vestía de aquel fúnebre luto de su alma.
- XXIX -
Se fue
Al día siguiente muy de mañana, las persianas del cuarto de Gloria se abrieron de par en par, y la luz penetró a punto que ella se asomaba. La doncella esparció su vista por el campo y la villa, y deteniéndola en los árboles del cementerio, pensó así:
-Ahora, hermanitos míos, vosotros sois mis únicos amores.
No lejos de la ventana, corría el camino real y por él los hilos del telégrafo, que plantaba a lo largo sus escuetos postes a distancias iguales que parecían pasos. En los alambres venían a posarse todas las mañanas algunos pájaros, que habían encontrado muy bueno aquel casi invisible punto de descanso en medio de los aires, y después allí parece que contemplaban la casa y la ventana abierta, donde     la señorita de Lantigua aparecía temprano a saludar el día y bendecir a Dios.
Esta no creía que aquellos graciosos seres fueran las almas de sus hermanos juntas con las de otros niños, porque no podía creer tal cosa; pero en su mente se asociaba tal espectáculo con el recuerdo de las dos personitas a quienes Caifás había llevado al cementerio en azules cajas tristísimas. Ello es que uno y otro día solía contemplar con amor a los pájaros del alambre, sintiendo no verlos cuando los alejaba la lluvia. Contribuía a formar esta rara ilusión la circunstancia de haber sobre el cementerio de Ficóbriga una gran arboleda, que parecía ser el cuartel general de aquellos vagabundos. Gloria les veía salir de allí en bandadas y volver a la caída de la tarde, haciendo gran ruido, hasta que vencidos del sueño callaban dentro del espeso ramaje, y el cementerio se quedaba sin música.
Pero aquel día Gloria proyectaba su tristeza a todo lo creado. Si pudiera existir luz negra, ella sería el sol de ella. El contrasentido de las palabras no está en las ideas, porque el mundo estaba alumbrado con el negror de su alma. En vez de sonreír ante las avecillas que en el alambre la esperaban como todos los días, creyó ver la figura de sus dos hermanos muertos,    que se le acercaban tal como estaban en las cajas azules el día del entierro, amarillos como cera los rostros, tan frescas aún las flores de sus coronas como secas las de sus mejillas, cubiertos de blancas vestiduras rizadas y encintadas; pero venían con los ojos abiertos dando la mano el mayor al más pequeño y moviendo los piececillos por el aire. Señalando la tierra le decían: «Sólo aquí se está bien».
Gloria miró luego a la torre de la iglesia y experimentó viva sensación de miedo y antipatía. La torre era una idea, y su espíritu chocó, rebotando con dolor, en aquella idea, como el ave ciega que tropieza en un muro. De pronto una voz subió del jardín diciendo:
-Gloria, ¿no bajas? Te espero hace un rato para ir a la iglesia.
Era D. Ángel, que salía para decir su misa en la Abadía. Gloria le acompañaba siempre con gozo; mas en aquel día sintió frío en el corazón y un extraño ímpetu de rebeldía. Uniose, sin embargo, con sumisión y cariño al bendito prelado; mas cuando entró en el templo renovose en su alma el terror, porque aquellas piedras bárbaramente blanqueadas no la dejaban respirar, oprimiéndola con su peso.


230- GLORIA



GLORIA
BENITO PEREZ GALDOS
ESPAÑA
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-¡Oh, grandeza del sacrificio! No, no es tanto lo que yo pedía -exclamó Morton con enérgica exaltación-. Noble y hermosa es tu alma, Gloria. Si como dices, nos separamos para siempre, déjame que te vea algún tiempo más. Piensa en mi soledad, que va a ser como la de los mares, siempre revueltos en sí mismos, y en su lejana inmensidad, sin testigo. Gloria, vida mía, sol de mi vida: óyeme, no me dejes así. Si cuando desaparezcas de mis ojos quedo con recelo de haberte ofendido, padeceré mucho...
Gloria se levantó.
-Todavía no, aguarda -dijo Morton deteniéndola-. Grande es mi fe en quien hizo los cielos y la tierra, en quien a ti te hizo. Poniéndole por testigo, juro que te adoro, que mi boca no profirió expresión que no fuese verdad, que te adoro, y que jamás, mientras respire, ningún otro amor más que el tuyo entrará en mi pecho, ni en mi memoria otro recuerdo que el recuerdo de ti.
Gloria sentía temblar las manos de Morton que le oprimía sus manos, y en su rostro sentía el aliento de él y la reverberación de sus ardientes miradas. La doncella se agitó gimiendo, como la espiga devorada por la llama. Su corazón se deshacía.
-Gloria -añadió él con el acento de quien llama al que no ha de responder-; Gloria, yo arrastraré toda mi vida un remordimiento muy pesado, si no te confieso ahora que soy un malvado, un malvado, porque no debí amarte y te amé, porque no debí mirarte y te miré. Tus ojos, tu gracia, tu hermosura, tu bondad y tu alma toda me cautivaron... Olvidándome de las leyes terribles que nos separan, me acerqué a ti. Reconozco que mi deber entonces era huir, huir antes de que el mal fuese irremediable; pero fuí débil, conocí que me amabas, y tu espíritu     encadenaba al mío. Se necesitaba ser Dios para no caer en este lazo. Ya viste mi conducta. En vez de abandonar a tiempo tu casa, quedeme en ella. Después creí que un favor especial del cielo allanaría los obstáculos; pero ha pasado el tiempo, y los obstáculos subsisten más terribles e imponentes cada día. Ha llegado el tiempo del envilecimiento o del retroceso, y tú me das el ejemplo. Tú eres grande; tú sabes hacer lo que yo, miserable, no supe. ¡Maldito sea yo, que vi la felicidad y no la pude poseer! Te devuelvo a tu casa, a tu religión, y te devuelvo pura, inmaculada... Por Dios, ¿no ves tú, no ves clara y patente la honradez de mi alma?
-Sí -repuso Gloria entre angustiosos sollozos.
-¿Conservas alguna sombra de recelo con respecto a mí?
-No.
-¿Me creerías digno de ti, si una fatalidad de nacimiento no lo impidiera?
-Sí.
-Pues ahora -dijo resueltamente el extranjero levantándose-, separémonos.
-Para siempre -dijo Gloria levantándose también.
Pálida y grandiosa en su dolor, parecía el    ángel de la muerte cuando viene a llevarse un alma. Daniel la abrazó. La señorita de Lantigua ocultó la frente en el pecho de su amigo, regándolo con sus lágrimas durante breve rato.
-Dame un recuerdo tuyo -dijo Morton.
-La memoria fiel no necesita recuerdos materiales.
-Es verdad: yo no los necesitaré; pero si te vas, no te vayas toda. Dame aunque sea un cabello.
Gloria se llevó la mano a la cabeza y separó de ella una mata de pelo.
Sonriendo en medio de su pena, con esas terribles palpitaciones o vagidos humorísticos que tiene el dolor, dijo:
-No hay tijeras.
-No importa -dijo Morton-. Lo cortaré yo...
Y con los dientes, en medio minuto, cortó el pelo.
-Es casi de noche.
-Para mí ya todo es noche -murmuró el extranjero.

UN COLLAR DE TURQUESAS

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