martes, 25 de septiembre de 2018

EL SEÑOR LANTIGUA- GLORIA

GLORIA
BENITO PEREZ GALDOS
ESPAÑA

IV -

El Sr. de Lantigua. Sus ideas
D. Juan Crisóstomo de Lantigua nació de padres honrados en la misma villa donde acabamos de conocerle, ya gastado por la edad y consumido por el trabajo. La riqueza que desde 1860 poseía, así como la moderna casa y el bienestar tranquilo que disfrutaba, provenían de un tío suyo que volvió de Mazatlán (Méjico) con regular carga de pesos duros, la cual al poco tiempo soltó de sus hombros, juntamente con la de la vida, muriendo casi en el primer día de descanso. Su fortuna, que era de las más bonitas, pasó a los cuatro sobrinos, D. Ángel, a la sazón capellán de Reyes Nuevos, D. Juan, abogado de mucha fama, y los más jóvenes D. Buenaventura y Serafinita Lantigua. No entrando para menos en nuestros fines estos dos últimos, les dejamos a un lado,   concretándonos a los dos primeros y por ahora exclusivamente a D. Juan de Lantigua.
Había recibido este de Dios naturaleza apasionada y ardiente; imaginación viva, que se inclinaba a las cosas contemplativas; inteligencia elevada, si bien un tanto paradójica; sentimientos enérgicos, que impulsaban su alma a extremos de exageración, lo mismo en los afectos que en las ideas. Sus primeros trabajos en la abogacía fueron de no poco provecho y brillo, y más tarde, cuando la herencia del tío le aseguró cómodo bienestar, no abandonó completamente el foro. Renunciar a las controversias, hubiera sido en él renunciar a la vida.
Devorado por insaciable afán de estudio, mezcló con la jurisprudencia la teología y la historia y la ciencia política. Dedicose con predilección a entresacar de los escritores místicos y políticos del Siglo de oro en España, cuanto pudiera hallar de eternamente verdadero, y por consiguiente, aplicable a la gobernación de los pueblos en todos los tiempos. Pero su entendimiento, a causa de entusiasmos juveniles y por prejuicios formados no se sabe cómo, estaba tercamente aferrado a ciertas ideas; así es que no pudo, aun intentándolo de buena fe, juzgar con imparcial serenidad ni la    historia ni las obras de los que por tantos siglos han disputado sobre los medios de hacer a la humanidad menos desgraciada.
Su inclinación contemplativa le llevó a considerar la fe religiosa, no sólo como gobernadora y maestra del individuo en su conciencia, sino como un instrumento oficial y reglamentado que debía dirigir externamente todas las cosas humanas. Dio todo a la autoridad y nada o muy poco a la libertad. Pocos años después de haberse metido en el golfo de estas lecturas y en el torbellino de estos pensamientos, D. Juan de Lantigua salió fuerte en erudición y en silogismo; desafió con imponente orgullo la turba de frívolos y descreídos; brindole la política con una tribuna, y subido en ella, la nube que había condensado en sí tanta pasión y tanto saber tronó y relampagueó contra el siglo. La elocuencia del nuevo Isaías era arrebatadora.
Sus enemigos, (pues ya se comprende que los tuvo encarnizadísimos) decían: «Lantigua es el abogado de los curas y de los obispos, hace su agosto con las causas de sus espolios, de capellanías colativas, de disciplina eclesiástica. Justo es que adule y sirva a los que le dan». Estas groserías, comunes en la época presente, hacían sonreír al Sr. D. Juan. Nunca se  ocupó de defenderse de este cargo, porque, según afirmaba, es preciso no quitar a los tontos el derecho de decir tonterías.
Como hombre de convicciones inquebrantables y profundas, honradísimo caballero en su trato social y de intachables costumbres, le estimaban todos. En la vida práctica, Lantigua transigía benignamente con los hombres de ideas más contrarias a las suyas, y aun se le conocieron amigos íntimos a los cuales amó mucho, pero sin poderlos convencer nunca. En la vida de las ideas era donde estaba su intransigencia y aquella estabilidad de roca jamás conmovida de su asiento por nada ni por nadie. Las tempestades de la revolución del 48, de la república romana, de la formación de la unidad de Italia, de la caída del imperio austriaco, de la humillación del francés, de la destrucción del poder temporal del Papa, de la formación del Alemania, Minerva parida por el cerebro de Bismarck, y otras menos trascendentales y que localizadas en nuestra patria no fueron más que lloviznas menudas en el cielo de Europa, no produjeron en el ánimo de aquel varón insigne otro efecto que el de cimentar más y más su creencia de que la humanidad pervertida y desapoderada merece un camisón de fuerza.
Estos hechos y otras recientes desgracias ocurridas en el suelo patrio llevaron a Lantigua a un estado de irritación lamentable que dio a sus escritos y a sus discursos lúgubre y desapacible tono. Profetizó el vilipendio del próximo siglo, la confusión de las lenguas y tras la confusión la dispersión y tras la dispersión la esclavitud, hasta que una nueva florescencia de la fe católica en los corazones fecundados por la desgracia reorganizase a los pueblos, congregándolos bajo el manto tutelar de la Iglesia. Según él, las decantadas leyes del humano progreso conducen a Nabucodonosor. Antes muriera Lantigua que ceder en esto. Y en realidad ¿cómo había de ceder? Los que han reducido todas sus ideas a esta fórmula abrumadora o Barrabás o Jesús, necesitan dejarse llevar hasta las últimas extremidades, porque la menor flaqueza equivale en ellos a pasarse a Barrabás.

lunes, 24 de septiembre de 2018

EL HOMBRE MAS PELIGROSO DE EUROPA-1949

¿Dónde está el hombre de la cicatriz en la cara que fue jefe audaz de los saboteadores de Hitler?
 EL HOMBRE MAS PELIGROSO DE EUROPA
Condensado de "Argosy"
Por Thomas M. Johnson
SELECCIONES DEL READER'S DIGEST   
 Mayo de 1949

UN GIGANTE de pelo castaño  cuyo rostro de agradables facciones cruzaba una cicatriz desde la oreja izquierda hasta la barbilla, entró a  grandes zancadas en el cuartel general norteamericano cerca de Salzburgo, Austria, el día 17 de mayo de 1945• Saludó con viveza llevándose la mano a la gorra airosamente terciada donde lucía la calavera que fue insignia de la Guardia Selecta de Hitler, y dijo:
—El teniente coronel de la SS, Otto Skorzeny, se entrega.
La rendición de alemanes era cosa tan común y corriente para el soldado norteamericano que estaba de servicio como las raciones sintéticas. Indicó el camino con cansado movimiento del pulgar y repuso:
 —Está bien, Otto. Métete en la jaula.
El alemán le lanzó una mirada de indignación y luego giró sobre los talones. La luz cayó sobre su apretada hilera de medallas y sobre sus ojos fríos de un azul de hielo. Un oficial del cuerpo de información secreta, a quien su viejo uniforme hacía pasar inadvertido, miró fijamente la muñeca del alemán.
—El reloj de Mussolini—dijo por lo bajo al soldado—Este es Skorzeny, el agente secreto del enemigo que figura a la cabeza en la lista de los que tenemos que atrapar.
Los cazadores de espías del ejército estadounidense no habían tenido adversario tan temible como aquel osado aventurero y maquinador que medía un metro 90 centímetros de estatura
y pesaba l00 kilogramos. El había dirigido la más importante operación de sabotaje llevada a efecto contra las fuerzas norteamericanas, hábil triquiñuela en la cual nazis disfrazados con uniformes estadounidenses sembraron la confusión detrás de las líneas norteamericanas en la batalla de la Saliente del Mosa y obligaron al estado mayor del general Eisenhower, bajo amenaza de muerte, a tener virtualmente prisionero en su propio cuartel general durante diez días al enfurecido comandante en jefe de los Aliados.
Más de un año antes y con menos de 50 hombres había arrancado a Mussolini de manos de los 400 soldados italianos que lo guardaban en el pico de una montaña. Aquel rapto llevado a cabo por medio de planeadores y aviones pequeños permitió al Duce establecer nuevo gobierno en el norte de Italia y ayudó a prolongar la resistencia alemana. Mussolini regaló a su salvador un reloj de pulsera grabado; Hitler le concedió la Cruz de Caballero—y le encomendó otras misiones delicadas.
En octubre de 1944 el espionaje alemán había informado que el regente de Hungría, Nicolás Horthy, estaba a punto de romper su alianza con Hitler para unirse a Stalin. Skorzeny escaló los muros del castillo de Horthy para encontrarse con que el almirante se había escapado después de anunciar por radio la rendición de Hungría. Alguien reveló el escondite de Horthy y, mientras los rusos atronaban ante las puertas, Skorzeny se lo llevó a Munich y al cautiverio. En Yugoeslavia Skorzeny contribuyó a impedir que Miliallovitch y Tito se uniesen contra los alemanes.
Fue después del incidente de Horthy cuando Hitler encomendó a su favorito brazo derecho la misión cumbre de su historia. El Führer estaba planeando un último golpe frenético inspirado por la desesperación. Contra el débil frente norteamericano de los escarpados . Ardennes lanzaría sus últimas reservas estratégicas dirigidas por divisiones blindadas escogidas. Estas fuerzas avanzarían hacia el norte, cercarían la mitad de las tropas norteamericanas, canadienses y británicas en Europa, se apoderarían de sus enormes abastecimientos y de su único puerto bueno que era Amberes. Hitler esperaba que esta operación paralizaría a los Estados Unidos e Inglaterra bastante tiempo para que los alemanes produjesen suficientes bombas V, aeroplanos de chorro, y submarinos de nuevo tipo para ganar la guerra después de todo.
—Pero existe un obstáculo—confesó Hitler en secreto a unos pocos jefes— ¿Cómo nos arreglaremos para apoderarnos de los puentes sobre el Mosa por donde nuestros panzers puedan pasar?... ¡Ya sé cómo! ¡Tráiganme a Skorzeny!
En una de las salas destinadas a las conferencias secretas de guerra, y con el rostro contraído aún nerviosamente por la explosión de la bomba con que habían intentado matarlo en julio de aquel año, el Führer confió a Skorzeny su temeraria estratagema el día 22 de octubre. Skorzeny escogería entre todas las armas una tropa especial de dos mil valientes que supieran hablar inglés. Los hombres escogidos vestirían los uniformes de norteamericanos prisioneros o muertos y serían enviados tras las líneas norteamericanas para actuar como espías, saboteadores y agentes de desmoralización. Tenían que apoderarse de los puentes sobre el Mosa y retenerlos para que pudiese cruzarlos el grueso del ejército. Era necesario que Skorzeny lo tuviese todo listo en menos de dos meses.
El audaz gigante reunió a sus hombres en un lugar llamado Friedenthal (nombre irónico en aquella ocasión porque significa «valle de la paz») cerca de Oranienburgo y los familiarizó con las armas, el equipo, la disciplina, los grados y las costumbres del ejército norteamericano. «No sean' demasiado militares—ordenó—Nada de chocar los talones.» Les dio cajetillas de cigarrillos estadounidenses y les enseñó a abrirlas como las abren los norteamericanos. Aprendieron juramentos y caló norteamericanos. «¡Okay, Butch!» acabó por ser una especie de santo y seña. Les proporcionaron tarjetas de identificación, dinero norteamericano v hasta cartas y retratos de los Estados Unidos. La operación se denominó Greif que quiere decir grifo.
Pero fue imposible mantener absoluto secreto sobre ella. El cuerpo de información secreta del primer ejército norteamericano capturó una orden destinada a soldados de habla inglesa para que se presentasen a Skorzeny. Como la reputación de este sujeto era muy conocida, el coronel Benjamín A. Dickson informó el primero de diciembre que dicha orden «presagia evidentemente operaciones especiales de sabotaje, ataques a los cuarteles generales y a otras instalaciones vitales por especialistas infiltrados o paracaidistas.» El informe añadía: «Un prisionero de guerra en extremo inteligente y cuyas observaciones en otros asuntos coinciden exactamente con hechos probados, ha declarado que se .están reuniendo todos los elementos disponibles para una contraofensiva definitiva.»
Sin embargo, altos jefes de la información secreta Aliada tenían sus dudas. No se enviaron más tropas al frente dedos Ardennes. Y el día 16 de diciembre los nazis atacaron. Mientras que• 17 divisiones alemanas seguidas por otras 12 se lanzaban con formidable entrepito a una de las grandes batallas de la guerra , millares de cañones alemanes abrían camino a través de los Ardennes cubiertos de nieve. Entretanto los morteamericanos» de Skorzeny se lanzaban desenfrena.damente a la acción en «jeeps » capturados. Haciendo a otras unidades alemanas señales previamente convenidas, como levantar los cascos o encender y apagar  linternas de colores, se metieron een el convulso frente norteamericano o lo atravesaron, colocando marrcas en fajas  de aterrizaje y centros de pertrechos y reconociendo los caminos por    cuales trataban  de llegar a su destinolos refuerzos norteamericanos. Esta labor de sabotaje contribuyó a que la artillería alemana hiciera muchas bajas. Interceptaron caminos derribando árboles y cortaron las líneas telefónicas. Enmarañaron el tránsito cambiando los letreros de las carreteras y destruyeron camiones quitando las señales que marcaban los campos minados. Un Greifer disfrazado de policía militar norteamericano se apostó en un cruce y con un simple movimiento de pulgar hizo que todo un regimiento estadounidense tomase la ruta indebida.
Al principio pocos norteamericanos se dieron cuenta de que había entre ellos enemigos disfrazados haciendo tanto daño. Pero el 18 de diciembre en Aywaille, Bélgica, algunos policías militares dieron el alto a tres soldados que iban en un jeep y no sabían el santo y seña. Tenían documentos que los acreditaban como miembros de la quinta división blindada y contaron historias persuasivas, pero eran «demasiado corteses. » Por esta sola razón fueron entregados a los buenos oficios del teniente Frederick Wallach, ex juez alemán, fugitivo de Dachau y a la sazón dedicado con entusiasmo a interrogar a los nazis capturados por el primer ejército norteamericano. Siguió con los detenidos la estrategia de avergonzarlos por vestir uniformes que no eran del ejército alemán. Dio resultado. Los tres revelaron algunos detalles sobre la operación Greif.
«Su historia coincide con aquella orden que se capturó,» hizo observar Wallach a sus superiores. Pero muchos de ellos opinaron que el complot era «demasiado fantástico.» Muy pronto algunos oficiales de contraespionaje  encontraron una radio alemana y un libro de clave en un jeep recapturado y los radiotelefonistas estadounidenses  interceptaron informes trasmitidos  por grupos de jeeps sobre los daños causados al amparo de los uniformes norteamericanos.
Esto dio comienzo a una cacería de saboteadores. Policía militares y agentes de contraespionaje  con cara de pocos amigos ponían el cañón de sus armas al pecho de cuantos viajaban en jeeps o en otros vehículos cuyo norteamericanismo encontraban dudoso y les hacían una serie de  preguntas que solamente las gentes que han vivido en los Estados pueden contestar con exactitud. Algunos conductores asustados por las  preguntas se traicionaban intentando forzar la marcha o desviar por caminos que estaban cerrados.
El 19 de diciembre unos agentes de  contraespionaje encontraron a dos  presuntos oficiales norteamericanos  que observaban desde un jeep el desfile de refuerzos estadounidenses- Al ser interrogados mostraron placas de  identificación y certificados de vacuna; contaron, además minuciosamente sus  experiencias en el ejército.  Habían recibido la instrucción militar en el campamento de Hood.Casí satisfecho con las respuestas el agente volvió a preguntar.
—    ¿Han estado alguna vez en Texas?
—No—repuso uno de los alemanes  —Nunca.
—¡Manos arriba!—ordenó el agente te sacando la pistola—¡ El campamento de Hood está en Texas!
Luego en Lieja—uno de los pasos sobre el Mosa y por tanto uno de los objetivos especiales de Skorzeny—un grupo de jeeps preguntó audazmente por la zona de comunicaciones del cuartel general. Instantáneamente los hombres quedaron rodeados por policías militares bien armados. Se llamó a Wallach para que aplicase la técnica de «avergonzar» y un teniente rubio con barba de rastrojo empezó muy pronto a nombrar y describir a todos los oficiales de Skorzeny y a dar otros detalles: la brigada Panzer número 150, también a las órdenes de Skorzeny, y que iba en tanques norteamericanos capturados, trataría de hacerse pasar por fuerza blindada norteamericana en retirada y así apoderarse de los puentes sobre el Mosa.
Conducido al cuartel general del primer ejército para ampliar el interrogatorio, el teniente empezó diciendo que ya había contado cuanto sabía.
—Bueno—le contestaron—Ya se las entenderá usted con el comisario ruso.
Como la mayoría de los alemanes, el teniente tenía pavor a los rusos y cuando se \vio ante un gigante con uniforme del ejército rojo que vociferaba preguntas en alemán con extraño acento (como que era un norteamericano de Milwaukee) se puso pálido y confesó tímidamente: «Queremos apoderarnos de Eisenhower, también. Skorzeny y algunos más se presentarán, como oficiales norteamericanos que conducen a generales alemanes capturados, al cuartel general supremo de Versalles para interrogarlos. Una vez dentro, volverán las armas contra ustedes y Eisenhower será secuestrado o muerto por el mismo Skorzeny. »
La historia podía ser una patraña pero el Supremo Cuartel General, que sabía de lo que Skorzeny era capaz, tenía que jugar sobre seguro. El Hotel Trianon y otros edificios donde se aposentaba aquel organismo fueron cercados con alambradas, tanques y casi mil policías militares y soldados bien armados que examinaban pases en barreras de tránsito colocadas a buena distancia y recibían a los que se acercaban más, con gritos de quién vive y pistolas ametralladoras. Cinco agentes de contraespionaje se encargaron de que todos los visitantes del general Eisenhower fuesen identificados por un ayudante. El general se trasladó a una casa situada dentro del cerco y con guardia en puertas, ventanas y tejados. Estuvo varios días sin salir de la casa porque los agentes temían la acción de tiradores de largo alcance. El espíritu activo del general se rebeló y le hizo exclamar un día:
—¡Al infierno con tantas precauciones! ¡Voy a dar un paseo!
Pero se rindió a los ruegos de su estado mayor cuando le dijeron que si no permanecía dentro de la casa habría que emplear en «seguirle los pasos» un gran número de fuerzas que eran necesarias en otras partes.
Entretanto algunos de los 50 tanques norteamericanos en poder de la brigada panzer número. 150 habían
sorprendido en la Saliente del Mosa a un batallón blindado norteamericano, el cual dejaron reducido a la mitad. Cundió la alarma de que «nuestros propios tanques hacen fuego contra nosotros, » y se ordenó a la policía militar que informase de todos los movimientos de tanques que no estuvieran previamente indicados en el plan de operaciones. El movimiento de barcos en el Mosa quedó suspendido, se patrullaron ambas orillas y todo el que intentaba cruzar era detenido e interrogado. Por este procedimiento fueron capturados 54 alemanes disfrazados con uniformes aliados o vestidos con ropas civiles.
Difundiendo noticias de derrota, Greifers de la supuesta brigada panzer número 150 estuvieron a punto de llegar a la última línea de defensa en su avance hacia el Mosa. En Malmédy, Skorzeny encontró que la artillería norteamericana estaba preparada. Por consiguiente, en vez de atacar envió algunos hombres que se acercaron caminando y preguntaron a los artilleros cuántos cañones tenían y de qué tipo eran. Los artilleros atraparon a los impostores y los cañones se encargaron de dar la respuesta. Los tanques norteamericanos robados quedaron destrozados y del montón de ruinas fueron extraídos numerosos alemanes vivos y muertos, todos vestidos con uniformes norteamericanos.
El primer ejército empezó a juzgar a sus prisioneros de la operación Greif por un tribunal militar el 22 de diciembre. Sus diversas disculpas fueron condensadas en dos respuestas,
Un oficial: «Yo obedecía órdenes. Si me hubiesen mandado fusilar a mi madre lo hubiera hecho.»
Un soldado: «Por la patria cometemos hasta el acto más infame.»
Todos quedaron convictos de haber violado las leyes de la guerra al vestir el uniforme del enemigo detrás de sus líneas, engañar, espiar y cometer sabotaje. La sentencia de muerte se cumplió en Henri Chapelle, Bélgica, por un pelotón de fusilamiento.
Nadie sabe cuantos Greifers murieron en acción. Pero es sabido que unos 130 fueron ejecutados después del juicio. El contraespionaje del primer ejército perifoneó sus nombres por la radio Luxemburgo dando detalles de la operación Greif y describiendo a los oficiales no capturados aún, especialmente a Skorzeny. El fornido austriaco había presenciado la lucha tan de cerca que resultó herido por un casco de granada. Quedó al acecho de una oportunidad para proseguir con lo que restaba de su Panzer número 150 la misión de engaño y de muerte. La radiodifusión de la Luxemburgo fue la prueba final de que su oportunidad se había desvanecido. De mala gana Skorzeny ordenó a sus alicaídos subalternos que se quitasen los uniformes norteamericanos. La operación Greif estaba kaput.
SKORZENY desempeñó después el papel oculto pero importante de hacer que el avance aliado en Alemania fuese lento y costoso. Como jefe de sabotaje del servicio de información nazi dejó agentes secretos dondequieraque los alemanes estaban a punto de marcharse. Dichos agentes colocaban en alojamientos y cuarteles vacíos explosivos ingeniosamente disimulados. Algunos eran de materiales plásticos y podían sujetarse en rincones del suelo o del techo. Había trampas de sorpresa para colocar en pianos, en mapas arrollados o en asientos de retrete. Otros explosivos que semejaban piedras pequeñas, grava y hasta estiércol fueron echados en las carreteras y volaron camiones. Una de las últimas cosas que hizo Skorzeny fue diseñar y repartir las cápsulas de veneno con las cuales una porción de nazis importantes, entre ellos Góring y Himmler, se suicidaron.
Cuando Skorzeny se rindió a los norteamericanos dijo que nunca había tenido verdadera intención de matar a Eisenhower. Se trataba de una patraña que inventó para inflamar a sus hombres. Sabía que algunos de ellos serían capturados y contarían la historia, lo cual iba a aumentar la confusión. Dijo cortés pero firmemente:
— Si lo hubiese proyectado, lo habría intentado. Si lo hubiese intentado, habría tenido éxito.
Ante un tribunal de nueve oficiales en Dachau, los acusadores de Skorzeny retiraron algunos cargos,, entre ellos su participación en la famosa matanza de prisioneros norteamericanos en Malmédy. El audaz aventurero juró que muchos otros además de sus Greifers, incluso soldados británicos y rusos, habían vestido uniformes del enemigo; y que él había ordenado a sus hombres que utilizasen el uniforme para penetrar en las líneas enemigas pero que se lo quitasen antes de disparar un tiro. El 8 de Setiembre de 1947 el tribunal tras deliberar  solamente dos horas y media, declaró en libertad a Skorzeny y a siete de sus ayudantes.
Fui juzgado imparcialmente---dijo Skorzeny—y no sufrí malos tratos materiales aunque estuve 22 meses incomunicado. La única queja que tengo es que alguien «liberó» el reloj que me había regalado Mussolini.
Como oficial de la SS, Skorzeny hubo de someterse a un juicio de desnazificación. En la cárcel alemana recibió cartas de entusiastas de Norteamérica, y ofrecimientos de ayuda que al parecer eran consecuencia de las reseñas periodísticas de su absolución que suscitaron la compasión de algunos en aquel país.
La mañana del 25 de julio de 1948 los carceleros alemanes se encontraron con la sorpresa de que Skorzeny había desaparecido.
—Este hombre tiene muchos partidarios que están en libertad —dice su furioso acusador, el coronel Alfred J. Rosenfeld - Se cree que han formado una organización clandestina y esperan que Skorzeny los dirija. Es el hombre más peligroso de Europa.
El bien parecido gigante del pelo castaño y la cicatriz en la cara, que tan fácil es de reconocer, sigue en libertad.



lunes, 17 de septiembre de 2018

CAPÍTULO IV ASÍ NACIO ISRAEL

 ASI NACIO ISRAEL

JORGE GARCIA GRANADOS
 BIBLIOTECA ORIENTE
BUENOS AIRES
ARGENTINA
1949

CAPÍTULO IV
SOMBRA DE LA TIERRA
FALTABAN POCOS DÍAS para nuestra partida hacia Palestina, y dedicamos el ínterin a problemas tales como la distribución del tiempo de que disponíamos, adónde iríamos y qué testimonios tomaríamos, en vista de la gran cantidad de material documentario existente.
Árabes y judíos ya nos habían presentado sus puntos de vista en las sesiones especiales, y para mí, que tenia mi primer contacto íntimo con el problema de Palestina, esta presentación resultaba particularmente interesante. En las Naciones Unidas se discutió con calor para decidir si los judíos, que no representaban a estado alguno, tenían derecho a tomar parte en nuestras deliberaciones, ya que todos éramos delegados de estados soberanos. El hecho de que cinco países miembros del grupo árabe (Egipto, Irak, Líbano, Arabia Saudita y Siria) hablaran enérgicamente en favor de los árabes palestinos y que los judíos no tuvieran voz, nos llevó finalmente a acordar que la Agencia Judía para Palestina podría presentarse ante nuestra Comisión Política. Al mismo tiempo se permitió el uso de la palabra al Alto Comité Árabe para Palestina.
Tanto árabes como judíos estuvieron representados por oradores sobresalientes, muchos de los cuales volverían a aparecer ante nosotros en el curso de nuestras investigaciones. Lo que entonces me impresionó más vivamente fueron las declaraciones iniciales de ambos lados: por los judíos, el doctor Abba Hillel Silver, presidente de la Secciónn Norteamericana de la Agencia Judía; por los árabes, Henry Cattan, miembro del Alto Comité Árabe.
Cattan, abogado de Jerusalén, hombre sólido, compacto, con aspecto de erudito, habló serenamente, con voz contenida, y presentó un discurso cuidadosamente preparado y eficacísimo. Insistió en que el Mandato Británico para Palestina carecía de valor legal desde la muerte de la Liga de las Naciones, que había otorgado el Mandato a Gran Bretaña, y que la Declaración Balfour ("raíz y razón de todos nuestros males") era contraria a otras promesas dadas a los árabes.
"Cuando recordamos que la Declaración Balfour fue hecha sin el consentimiento, por no decir sin el conocimiento, del pueblo más directamente afectado por ella, cuando consideramos que es contraria a los principios de soberanía nacional y democracia y también a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, cuando consideramos que era incompatible con promesas hechas a los árabes antes y después de ella, tenemos la seguridad de que el deber de la Comisión Especial será investigar la legalidad, validez y ética de este documento."
Los judíos hablaban siempre de sus lazos históricos con Tierra Santa. Cattan prosiguió así: "Los sionistas reclaman a Palestina en razón de que alguna vez, hace más de dos mil años, los judíos tuvieron un reino en parte de ese territorio. Si este documento se tomara como base para determinar cuestiones internacionales, ocurriría una dislocación mundial de enorme magnitud."
Palestina, nos dijo, no tenía nada que ver con los desplazados judíos que andaban por Europa. Todas las naciones eran responsables por ellos, no sólo Palestina. Los judíos no tenían derecho a entrar en Tierra Santa. "El Alto Comité Árabe estima como absolutamente esencial que se recomiende al poder mandatario que tome de inmediato las medidas necesarias para detener por completo toda inmigración judía a Palestina, ya se denomine legal
38    JORGE GARCIA GRANADOS
o ilegal. Porque para la población árabe toda inmigración de judíos a Palestina es ilegal."
Ya es tiempo, dijo, "de que el derecho de Palestina a la independencia se reconozca y de que este país atormentado goce de las bendiciones de un gobierno democrático. Es tiempo también de que el supremo organismo del mundo ponga fin a una política que ha estado perjudicando a la estructura etnológica y política del país".
El doctor Silver, portavoz judío y jefe de la delegación de la Agencia Judía, era un hombre corpulento, de ojos obscuros y cabeza leonina. Defendió la causa de su pueblo con dignidad y elocuencia. Mientras hablaba daba la impresión de ser no sólo un orador de talento, sino también una personalidad política poderosa y dominante. Citando a cada paso a estadistas británicos y norteamericanos íntimamente relacionados con la Declaración Balfour, nos dijo que este compromiso internacional había surgido de "derechos históricos y necesidades presentes`. Y añadió: "Hace una generación la comunidad internacional del mundo, de quien las Naciones Unidas son hoy heredero político y espiritual, decretó que se diera al pueblo judío el derecho largo tiempo negado y la oportunidad de reconstituir su hogar nacional en Palestina. El hogar nacional todavía se está formando. Aún no se ha establecido plenamente. Ninguna comunidad internacional ha revocado, ni siquiera puesto en duda, ese derecho..."
"Tratar el problema de Palestina como si sólo fuera el de reconciliar la diferencia entre dos sectores de la población que habitan actualmente el país, o el de encontrar un asilo para cierto número de refugiados y personas desplazadas, sólo contribuiría a la confusión", afirmó. Nuestra Comisión no sólo debía visitar Palestina, ver qué habían hecho allí los judíos, explorar las riquezas potenciales de la tierra y ver cómo cumplía Gran Bretaña con sus obligaciones, sino también visitar los campamentos de desplazados en Europa.
Dejad que la Comisión vea, dijo, "con sus propios ojos,la tragedia que la humanidad permite que continúe sin mengua dos años después del final de una guerra en la cual el pueblo judío fue la víctima mayor. Ellos piden el pan del salvamento y la esperanza; se les da la piedra de investigaciones y más investigaciones..."
Sostuvo el derecho de su pueblo a ser incluido en la familia de las naciones y a sentarse a esta Mesa donde misotros estábamos sentados, en vez de obligarlo a luchar y, maniobrar para obtener el mero derecho de presentarse a defenderse.
"Seguramente el pueblo judío no es menos merecedor que otros pueblos cuya libertad e independencia nacional han sido establecidas y cuyos representantes se sientan aquí ahora. . . Nosotros, los portavoces del pueblo y de la tierra que dio a la humanidad valores éticos y espirituales, personalidades humanas inspiradoras y textos sagrados que son vuestros tesoros, esperamos que ese pueblo, que reconstruye nuevamente su vida política en su patria antigua, será bien venido por vosotros dentro de poco tiempo a esta noble sociedad de las Naciones Unidas."
Así habían acabado las dos declaraciones opuestas, una del representante de los árabes, la otra del primer vocero judío que aparecía ante un tribunal de las naciones del mundo después de casi 20 siglos. Como presentación inicial en la gran controversia, colocaba a nuestras futuras discusiones en un plano elevado.
Sobre esta base tratamos y discutimos, en el intervalo que mediaba hasta nuestra partida hacia Palestina, si debíamos ir a los campamentos de desplazados. Comprendimos que si decidíamos ir, ello sería interpretado al punto como un paso pro judío; si resolvíamos en contra, los árabes festejarían un triunfo.
Sir Abdur Rahman, de la India, y Nasrollah Entezam, de Irán, se opusieron enfáticamente a que tomáramos cualquier decisión en este momento; y finalmente poster-
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gamos la discusión de este delicado caso hasta nuestra llegada a Palestina.
Aun un asunto tan insignificante como la ruta que seguiríamos hasta Tierra Santa planteaba un problema. Podíamos volar directamente, vía París Ginebra, o, como algunos deseaban, interrumpir el cansador vuelo de 44 horas deteniéndonos un día o dos en Londres. Entezam protestó contra esto último: la permanencia en Londres, por breve que fuera, podría tener significado político, nos advirtió. Podría dar pie a la acusación de que tal detención hubiera sido ideada para permitir que los ingleses influyeran sobre nosotros con su propaganda. Apenas iniciada su labor la UNSCOP no podía tolerar que la atacaran como instrumento de los ingleses.
Transigimos. Viajaríamos a Palestina como individuos, y no en nuestro carácter oficial de comité, y cada uno iría por donde quisiera. Yo decidí detenerme en Londres, igual que todos los demás, salvo Sandstrom y otros dos, que resolvieron volar directamente a Jerusalén.
Un tercer interrogante era el problema de ponerse en contacto con los dirigentes de las fuerzas clandestinas judías. No podían declarar abiertamente ante nosotros en Palestina, porque los ingleses los prenderían en cuanto los vieran. La mayoría de ellos tenían sus cabezas a precio.
Las noticias del momento no facilitaban esta tarea. Miembros del Irgún Zvai Leumí, uno de los dos grupos extremistas judíos, disfrazados de soldados británicos, habían irrumpido en la prisión del gobierno en Acre, liberando a más de cien prisioneros políticos árabes y judíos. Cinco irgunistas habían sido capturados. Un día después, judíos enmascarados secuestraron a dos policías ingleses como rehenes y advirtieron al gobierno que serían ejecutados si ahorcaban a los irgunistas. Los dos policías escaparon, y su relato llegó a crear una situación más tensa todavía.
Aparte de lo que pensáramos sobre tales actividades, los terroristas eran habitantes del país, desempeñaban un papel
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definido en la tragedia y tenían derecho a expresar sus puntos de vista ante la UNSCOP. ¿Cómo podríamos hacer que, se presentaran ante nosotros sin correr peligro?
Sugerí que nos arreglásemos de antemano con el gobierno de Palestina para garantizar salvoconductos a todos los testigos, y agregué que John Hood, de Australia, quien, como miembro de la Comisión de los Balcanes, había negociado con el movimiento clandestino griego y con el general Markos, el jefe guerrillero, podría sugerirnos algo.
Pero Hood fue vago.
—Establecimos nuestro contacto por vías subterráneas —dijo, finalmente—. Creo que podríamos hacer lo mismo aquí, pero quizá deberíamos diferir cualquier decisión hasta que consultemos al gobierno de Palestina.
A pesar de mi insistencia en que precisaba arreglar en ese mismo momento la cuestión, ya que nos sería más embarazoso y difícil tomar medidas para ello en la propia Palestina, Sandstrom, si bien estaba de acuerdo conmigo, dispuso que el problema esperaría hasta que llegáramos a Jerusalén.
No creo errado señalar aquí que a causa de esta poca voluntad para enfrentar la situación debió negárseles una audiencia oficial ante nosotros en Palestina, no sólo a representantes de organizaciones secretas sino también a personas políticamente irreprochables, que por casualidad eran parientes de supuestos terroristas. No obstante, el hecho de que el asunto fuera tratado en esta ocasión hizo que algunos nos sintiéramos en libertad, una vez en Palestina, de entrevistar a miembros de las fuerzas clandestinas, con carácter puramente privado... y con la conciencia tranquila.
Los despachos de Palestina seguían siendo inquetantes.
En Jerusalén varios judíos armados detuvieron un camión y escaparon con una elevada suma de dinero. Dos terratenientes árabes, conocidos como moderados, fueron asesinados por bandidos árabes, según los informes, por pretender vender tierras a judíos. La violencia iba en aumento; y
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nadie, al parecer, prestaba atención al llamamiento de la Asamblea General a todos los gobiernos, pueblos, y habitantes de Palestina, pidiéndoles que se abstuvieran de la amenaza o el empleo de la fuerza o cualquier otra acción que pudiera crear una atmósfera de prejuicio para un próximo arreglo del problema de Palestina", pues la acción de las Naciones Unidas estaba pendiente de nuestras recomendaciones.
Nos esperaba trabajo, mucho trabajo.
Y así fue como el 10 de junio, junto con mis colegas, tomé el avión para Londres... y Palestina.
No hacía diez minutos que estábamos en Londres cuando supe que habría sido mejor atender a las deplorables advertencias que me hiciera sir Abdur en nuestra primera cena. Parecía como que en Londres nadie había oído hablar jamás de las Naciones Unidas, ni de cierta Comisión Especial para Palestina de las Naciones Unidas: el personal de las Naciones Unidas en Londres no había podido obtener para nosotros alojamiento decente.
Mientras estábamos ahí, con nuestros equipajes donde los dejara el automóvil de la compañía de aviación, unos ayudantes de la UN, confundidos, nos explicaron que esa semana se realizaban numerosas convenciones en Londres, que no habían podido lograr nada para nosotros a través de los conductos de las Naciones Unidas, y que por ello tuvieron que solicitar al "Departamento de Hospitalidad" inglés que nos encontrara alojamiento. Se nos aseguró que pronto se arreglaría todo.
Poco después nos llevaron a un hotel situado en Piccadilly. Resultó ser un edificio en ruinas, que un trabajador solitario trataba de remendar con trocitos de tablas de madera. En la ciudad de Nueva York no se le hubiera considerado ni siquiera como hotel de quinta categoría.
Todos nos negamos de plano a permanecer allí. John Hood, generalmente amable y suave en el hablar, dio la media vuelta aun antes de entrar.
ASÍ NACIÓ ISRAEL    43
Pero, señor —le instó uno de los atormentados ayueste es el alojamiento que proporciona a la Comisión el gobierno británico.
¡Al diablo con el gobierno británico! —replicó Hood, en uno de sus raros arrebatos de cólera, y volvió al taximetro para buscar cuartos en otra parte
.El doctor Blom telefoneó a unos amigos holandeses y partió en seguida. Poco a poco, cada delegado se fue .yendo por su lado y sólo quedamos sir Abdur Rahman, de la India, Brilej, de Yugoslavia, Zea González y yo, temporalmente estancados.
Sir Abdur estaba casi amoratado de ira: sentado en la cínica silla de una habitación medio celda, medio camarote, y tan iracundo que tartamudeaba peor que nunca, repetía con voz aguda:
–¡Vengan a ver lo que me dieron! ¡Vengan a ver lo que me dieron!
Brilej se paseaba moviendo la cabeza, y diciendo: —¿Cómo podemos recibir a nadie aquí?
Finalmente, sir Abdur y Brilej telefonearon a sus resptctivas embajadas que les consiguieran alojamiento. Yo estaba por llamar a la legación de Guatemala cuando J.J. McCabe, funcionario de viajes de la UNSCOP, me informó que se me habían encontrado habitaciones en c1 hotel Mayfair, y allí fuimos llevados al fin Zea González y yo
Quizá habíamos estimado en demasía el prestigio de las Naciones Unidas; quizá el espacio que daban a la UN en la prensa americana, y la atmósfera esmerada de protocolo que rodeaba nuestro trabajo en Lake Success nos habían causado una impresión exagerada de nuestra propia importancia. Pero era deprimente sentir en Londres que por lo visto representábamos a un organismo que pocos conocían y que menos aún importaba. Lo que a mí me interesó particularmente fue reconocer (como debe reconocer todo aquel que posee alguna experiencia en protocolo internacional) esta clara indicación de la actitud  44    JORGE GARCIA GRANADOS
que adoptaba hacia nuestro Comité el mismo gobierno británico, que era la potencia mandataria en Palestina y que nos había presentado el problema palestinense. Estoy seguro de que el tratamiento que recibimos, o, que para ser más exactos, dejamos de recibir, no se debió a error ni a descuido. Era evidente que el gobierno británico no consideraba que nuestra Comisión tuviera rango internacional ni diplomático. Ya empezábamos a sentir el gusto inconfundible de la actitud que había de caracterizar al Ministerio de Relaciones Exteriores inglés en su trato para con nosotros y nuestras recomendaciones finales, actitud que sólo puedo describir como fluctuante entre una completa indiferencia y una fría tolerancia.
Permanecimos tres días en Londres porque nuestra secretaría se encontró con nuevas dificultades para obtener pasajes de avión, y por fin, al cuarto día de haber salido de Nueva York, aterrizamos en Malta, nuestra siguiente parada en el camino a Jerusalén. Aquí, por vez primera, el largo brazo de la Administración Palestina se extendió hasta tocarnos, si bien levemente. Aunque estábamos listos para salir a las siete de la tarde, nos obligaron a permanecer en la isla hasta las 3 de la mañana siguiente.
Pregunté por qué.
—Medidas de seguridad --dijo uno de nuestros empleados—. No quieren que lleguemos a Palestina de noche. Si salimos a las tres llegaremos por la mañana, con la luz del día. De este modo no tendrán ustedes que viajar del aeropuerto de Lydda hasta Jerusalén (poco menos de cuarenta kilómetros) en la obscuridad.
Así fue como a las siete de una mañana de domingo, en el mes de junio, vimos delinearse sobre las azules aguas del Mediterráneo la sombra obscura de la tierra sagrada para millones de seres humanos.


UN COLLAR DE TURQUESAS

  Domingo, 25 de diciembre de 2016 UN COLLAR DE TURQUESAS EN NAVIDAD Por Fulton Oursler 1952 UN COLLAR DE TURQUESAS Por Fulton Oursler...