ASI NACIO ISRAEL
JORGE GARCIA GRANADOS
BIBLIOTECA ORIENTE
BUENOS AIRES
ARGENTINA
1949
CAPÍTULO IV
SOMBRA DE LA TIERRA
FALTABAN POCOS DÍAS para nuestra partida hacia Palestina, y dedicamos el ínterin a problemas tales como la distribución del tiempo de que disponíamos, adónde iríamos y qué testimonios tomaríamos, en vista de la gran cantidad de material documentario existente.
Árabes y judíos ya nos habían presentado sus puntos de vista en las sesiones especiales, y para mí, que tenia mi primer contacto íntimo con el problema de Palestina, esta presentación resultaba particularmente interesante. En las Naciones Unidas se discutió con calor para decidir si los judíos, que no representaban a estado alguno, tenían derecho a tomar parte en nuestras deliberaciones, ya que todos éramos delegados de estados soberanos. E
l hecho de que cinco países miembros del grupo árabe (Egipto, Irak, Líbano, Arabia Saudita y Siria) hablaran enérgicamente en favor de los árabes palestinos y que los judíos no tuvieran voz, nos llevó finalmente a acordar que la Agencia Judía para Palestina podría presentarse ante nuestra Comisión Política.
Al mismo tiempo se permitió el uso de la palabra al Alto Comité Árabe para Palestina.
Tanto árabes como judíos estuvieron representados por oradores sobresalientes, muchos de los cuales volverían a aparecer ante nosotros en el curso de nuestras investigaciones. Lo que entonces
me impresionó más vivamente fueron las declaraciones iniciales de ambos lados: por los judíos, el doctor Abba Hillel Silver, presidente de la Secciónn Norteamericana de la Agencia Judía; por los árabes, Henry Cattan, miembro del Alto Comité Árabe.
Cattan, abogado de Jerusalén, hombre sólido, compacto, con aspecto de erudito, habló serenamente, con voz contenida, y presentó un discurso cuidadosamente preparado y eficacísimo. Insistió en que el Mandato Británico para Palestina carecía de valor legal desde la muerte de la Liga de las Naciones, que había otorgado el Mandato a Gran Bretaña, y que la Declaración Balfour ("raíz y razón de todos nuestros males") era contraria a otras promesas dadas a los árabes.
"Cuando recordamos que la Declaración Balfour fue hecha sin el consentimiento, por no decir sin el conocimiento, del pueblo más directamente afectado por ella, cuando consideramos que es contraria a los principios de soberanía nacional y democracia y también a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, cuando consideramos que era incompatible con promesas hechas a los árabes antes y después de ella, tenemos la seguridad de que el deber de la Comisión Especial será investigar la legalidad, validez y ética de este documento."
Los judíos hablaban siempre de sus lazos históricos con Tierra Santa.
Cattan prosiguió así: "Los sionistas reclaman a Palestina en razón de que alguna vez
, hace más de dos mil años, los judíos tuvieron un reino en parte de ese territorio. Si este documento se tomara como base para determinar cuestiones internacionales, ocurriría una dislocación mundial de enorme magnitud."
Palestina, nos dijo, no tenía nada que ver con los desplazados judíos que andaban por Europa. Todas las naciones eran responsables por ellos, no sólo Palestina. Los judíos no tenían derecho a entrar en Tierra Santa. "El Alto Comité Árabe estima como absolutamente esencial que se recomiende al poder mandatario que tome de inmediato las medidas necesarias para detener por completo toda inmigración judía a Palestina, ya se denomine legal
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o ilegal. Porque para la población árabe toda inmigración de judíos a Palestina es ilegal."
Ya es tiempo, dijo, "de que el derecho de Palestina a la independencia se reconozca y de que este país atormentado goce de las bendiciones de un gobierno democrático. Es tiempo también de que el supremo organismo del mundo ponga fin a una política que ha estado perjudicando a la estructura etnológica y política del país".
El doctor Silver, portavoz judío y jefe de la delegación de la Agencia Judía, era un hombre corpulento, de ojos obscuros y cabeza leonina. Defendió la causa de su pueblo con dignidad y elocuencia. Mientras hablaba daba la impresión de ser no sólo un orador de talento, sino también una personalidad política poderosa y dominante. Citando a cada paso a estadistas británicos y norteamericanos íntimamente relacionados con la Declaración Balfour, nos dijo que este compromiso internacional había surgido de "derechos históricos y necesidades presentes`. Y añadió: "Hace una generación la comunidad internacional del mundo, de quien las Naciones Unidas son hoy heredero político y espiritual, decretó que se diera al pueblo judío el derecho largo tiempo negado y la oportunidad de reconstituir su hogar nacional en Palestina. El hogar nacional todavía se está formando. Aún no se ha establecido plenamente. Ninguna comunidad internacional ha revocado, ni siquiera puesto en duda, ese derecho..."
"Tratar el problema de Palestina como si sólo fuera el de reconciliar la diferencia entre dos sectores de la población que habitan actualmente el país, o el de encontrar un asilo para cierto número de refugiados y personas desplazadas, sólo contribuiría a la confusión", afirmó. Nuestra Comisión no sólo debía visitar Palestina, ver qué habían hecho allí los judíos, explorar las riquezas potenciales de la tierra y ver cómo cumplía Gran Bretaña con sus obligaciones, sino también visitar los campamentos de desplazados en Europa.
Dejad que la Comisión vea, dijo, "con sus propios ojos,la tragedia que la humanidad permite que continúe sin mengua dos años después del final de una guerra en la cual el pueblo judío fue la víctima mayor. Ellos piden el pan del salvamento y la esperanza; se les da la piedra de investigaciones y más investigaciones..."
Sostuvo el derecho de su pueblo a ser incluido en la familia de las naciones y a sentarse a esta Mesa donde misotros estábamos sentados, en vez de obligarlo a luchar y, maniobrar para obtener el mero derecho de presentarse a defenderse.
"Seguramente el pueblo judío no es menos merecedor que otros pueblos cuya libertad e independencia nacional han sido establecidas y cuyos representantes se sientan aquí ahora. . . Nosotros, los portavoces del pueblo y de la tierra que dio a la humanidad valores éticos y espirituales, personalidades humanas inspiradoras y textos sagrados que son vuestros tesoros, esperamos que ese pueblo, que reconstruye nuevamente su vida política en su patria antigua, será bien venido por vosotros dentro de poco tiempo a esta noble sociedad de las Naciones Unidas."
Así habían acabado las dos declaraciones opuestas, una del representante de los árabes, la otra del primer vocero judío que aparecía ante un tribunal de las naciones del mundo después de casi 20 siglos. Como presentación inicial en la gran controversia, colocaba a nuestras futuras discusiones en un plano elevado.
Sobre esta base tratamos y discutimos, en el intervalo que mediaba hasta nuestra partida hacia Palestina, si debíamos ir a los campamentos de desplazados. Comprendimos que si decidíamos ir, ello sería interpretado al punto como un paso pro judío; si resolvíamos en contra, los árabes festejarían un triunfo.
Sir Abdur Rahman, de la India, y Nasrollah Entezam, de Irán, se opusieron enfáticamente a que tomáramos cualquier decisión en este momento; y finalmente poster-
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gamos la discusión de este delicado caso hasta nuestra llegada a Palestina.
Aun un asunto tan insignificante como la ruta que seguiríamos hasta Tierra Santa planteaba un problema. Podíamos volar directamente, vía París Ginebra, o, como algunos deseaban, interrumpir el cansador vuelo de 44 horas deteniéndonos un día o dos en Londres. Entezam protestó contra esto último: la permanencia en Londres, por breve que fuera, podría tener significado político, nos advirtió. Podría dar pie a la acusación de que tal detención hubiera sido ideada para permitir que los ingleses influyeran sobre nosotros con su propaganda. Apenas iniciada su labor la UNSCOP no podía tolerar que la atacaran como instrumento de los ingleses.
Transigimos. Viajaríamos a Palestina como individuos, y no en nuestro carácter oficial de comité, y cada uno iría por donde quisiera. Yo decidí detenerme en Londres, igual que todos los demás, salvo Sandstrom y otros dos, que resolvieron volar directamente a Jerusalén.
Un tercer interrogante era el problema de ponerse en contacto con los dirigentes de las fuerzas clandestinas judías. No podían declarar abiertamente ante nosotros en Palestina, porque los ingleses los prenderían en cuanto los vieran. La mayoría de ellos tenían sus cabezas a precio.
Las noticias del momento no facilitaban esta tarea. Miembros del Irgún Zvai Leumí, uno de los dos grupos extremistas judíos, disfrazados de soldados británicos, habían irrumpido en la prisión del gobierno en Acre, liberando a más de cien prisioneros políticos árabes y judíos. Cinco irgunistas habían sido capturados. Un día después, judíos enmascarados secuestraron a dos policías ingleses como rehenes y advirtieron al gobierno que serían ejecutados si ahorcaban a los irgunistas. Los dos policías escaparon, y su relato llegó a crear una situación más tensa todavía.
Aparte de lo que pensáramos sobre tales actividades, los terroristas eran habitantes del país, desempeñaban un papel
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definido en la tragedia y tenían derecho a expresar sus puntos de vista ante la UNSCOP. ¿Cómo podríamos hacer que, se presentaran ante nosotros sin correr peligro?
Sugerí que nos arreglásemos de antemano con el gobierno de Palestina para garantizar salvoconductos a todos los testigos, y agregué que John Hood, de Australia, quien, como miembro de la Comisión de los Balcanes, había negociado con el movimiento clandestino griego y con el general Markos, el jefe guerrillero, podría sugerirnos algo.
Pero Hood fue vago.
—Establecimos nuestro contacto por vías subterráneas —dijo, finalmente—. Creo que podríamos hacer lo mismo aquí, pero quizá deberíamos diferir cualquier decisión hasta que consultemos al gobierno de Palestina.
A pesar de mi insistencia en que precisaba arreglar en ese mismo momento la cuestión, ya que nos sería más embarazoso y difícil tomar medidas para ello en la propia Palestina, Sandstrom, si bien estaba de acuerdo conmigo, dispuso que el problema esperaría hasta que llegáramos a Jerusalén.
No creo errado señalar aquí que a causa de esta poca voluntad para enfrentar la situación debió negárseles una audiencia oficial ante nosotros en Palestina, no sólo a representantes de organizaciones secretas sino también a personas políticamente irreprochables, que por casualidad eran parientes de supuestos terroristas. No obstante, el hecho de que el asunto fuera tratado en esta ocasión hizo que algunos nos sintiéramos en libertad, una vez en Palestina, de entrevistar a miembros de las fuerzas clandestinas, con carácter puramente privado... y con la conciencia tranquila.
Los despachos de Palestina seguían siendo inquetantes.
En Jerusalén varios judíos armados detuvieron un camión y escaparon con una elevada suma de dinero. Dos terratenientes árabes, conocidos como moderados, fueron asesinados por bandidos árabes, según los informes, por pretender vender tierras a judíos. La violencia iba en aumento; y
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nadie, al parecer, prestaba atención al llamamiento de la Asamblea General a todos los gobiernos, pueblos, y habitantes de Palestina, pidiéndoles que se abstuvieran de la amenaza o el empleo de la fuerza o cualquier otra acción que pudiera crear una atmósfera de prejuicio para un próximo arreglo del problema de Palestina", pues la acción de las Naciones Unidas estaba pendiente de nuestras recomendaciones.
Nos esperaba trabajo, mucho trabajo.
Y así fue como el 10 de junio, junto con mis colegas, tomé el avión para Londres... y Palestina.
No hacía diez minutos que estábamos en Londres cuando supe que habría sido mejor atender a las deplorables advertencias que me hiciera sir Abdur en nuestra primera cena. Parecía como que en Londres nadie había oído hablar jamás de las Naciones Unidas, ni de cierta Comisión Especial para Palestina de las Naciones Unidas: el personal de las Naciones Unidas en Londres no había podido obtener para nosotros alojamiento decente.
Mientras estábamos ahí, con nuestros equipajes donde los dejara el automóvil de la compañía de aviación, unos ayudantes de la UN, confundidos, nos explicaron que esa semana se realizaban numerosas convenciones en Londres, que no habían podido lograr nada para nosotros a través de los conductos de las Naciones Unidas, y que por ello tuvieron que solicitar al "Departamento de Hospitalidad" inglés que nos encontrara alojamiento. Se nos aseguró que pronto se arreglaría todo.
Poco después nos llevaron a un hotel situado en Piccadilly. Resultó ser un edificio en ruinas, que un trabajador solitario trataba de remendar con trocitos de tablas de madera. En la ciudad de Nueva York no se le hubiera considerado ni siquiera como hotel de quinta categoría.
Todos nos negamos de plano a permanecer allí. John Hood, generalmente amable y suave en el hablar, dio la media vuelta aun antes de entrar.
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Pero, señor —le instó uno de los atormentados ayueste es el alojamiento que proporciona a la Comisión el gobierno británico.
¡Al diablo con el gobierno británico! —replicó Hood, en uno de sus raros arrebatos de cólera, y volvió al taximetro para buscar cuartos en otra parte
.El doctor Blom telefoneó a unos amigos holandeses y partió en seguida. Poco a poco, cada delegado se fue .yendo por su lado y sólo quedamos sir Abdur Rahman, de la India, Brilej, de Yugoslavia, Zea González y yo, temporalmente estancados.
Sir Abdur estaba casi amoratado de ira: sentado en la cínica silla de una habitación medio celda, medio camarote, y tan iracundo que tartamudeaba peor que nunca, repetía con voz aguda:
–¡Vengan a ver lo que me dieron! ¡Vengan a ver lo que me dieron!
Brilej se paseaba moviendo la cabeza, y diciendo: —¿Cómo podemos recibir a nadie aquí?
Finalmente, sir Abdur y Brilej telefonearon a sus resptctivas embajadas que les consiguieran alojamiento. Yo estaba por llamar a la legación de Guatemala cuando J.J. McCabe, funcionario de viajes de la UNSCOP, me informó que se me habían encontrado habitaciones en c1 hotel Mayfair, y allí fuimos llevados al fin Zea González y yo
Quizá habíamos estimado en demasía el prestigio de las Naciones Unidas; quizá el espacio que daban a la UN en la prensa americana, y la atmósfera esmerada de protocolo que rodeaba nuestro trabajo en Lake Success nos habían causado una impresión exagerada de nuestra propia importancia. Pero era deprimente sentir en Londres que por lo visto representábamos a un organismo que pocos conocían y que menos aún importaba. Lo que a mí me interesó particularmente fue reconocer (como debe reconocer todo aquel que posee alguna experiencia en protocolo internacional) esta clara indicación de la actitud 44 JORGE GARCIA GRANADOS
que adoptaba hacia nuestro Comité el mismo gobierno británico, que era la potencia mandataria en Palestina y que nos había presentado el problema palestinense. Estoy seguro de que el tratamiento que recibimos, o, que para ser más exactos, dejamos de recibir, no se debió a error ni a descuido. Era evidente que el gobierno británico no consideraba que nuestra Comisión tuviera rango internacional ni diplomático. Ya empezábamos a sentir el gusto inconfundible de la actitud que había de caracterizar al Ministerio de Relaciones Exteriores inglés en su trato para con nosotros y nuestras recomendaciones finales, actitud que sólo puedo describir como fluctuante entre una completa indiferencia y una fría tolerancia.
Permanecimos tres días en Londres porque nuestra secretaría se encontró con nuevas dificultades para obtener pasajes de avión, y por fin, al cuarto día de haber salido de Nueva York, aterrizamos en Malta, nuestra siguiente parada en el camino a Jerusalén. Aquí, por vez primera, el largo brazo de la Administración Palestina se extendió hasta tocarnos, si bien levemente. Aunque estábamos listos para salir a las siete de la tarde, nos obligaron a permanecer en la isla hasta las 3 de la mañana siguiente.
Pregunté por qué.
—Medidas de seguridad --dijo uno de nuestros empleados—. No quieren que lleguemos a Palestina de noche. Si salimos a las tres llegaremos por la mañana, con la luz del día. De este modo no tendrán ustedes que viajar del aeropuerto de Lydda hasta Jerusalén (poco menos de cuarenta kilómetros) en la obscuridad.
Así fue como a las siete de una mañana de domingo, en el mes de junio, vimos delinearse sobre las azules aguas del Mediterráneo la sombra obscura de la tierra sagrada para millones de seres humanos.