viernes, 12 de junio de 2020

LA OFRENDA DE ESPAÑA A RUBEN DARIO-1916

 LA OFRENDA DE ESPAÑA

A RUBEN DARIO
JUAN GONZÁLEZ OLMEDILLA
Liminar de R. BLANCO-FOMBONA
EDITORIAL -AMERICA
MADRID
SOCIEDAD ESPAÑOLA DK LIBRERÍA
FERRAZ,,25
imprenta de J. Pueyo, Mesonero, 34. - Madrid.



La América Española,
J. G. O.
Madrid, Febrero de 1916.
~4
Bendición al que entiende, bendición al que admira.
Soy un hijo de América, soy un nieto de España.
Rubén Darío
PALABRAS LIMINARES
(A la obra «La Ofrenda de España»
EN LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO)
A J. González Olmedilla.
Mirad cómo un hombre de raza apolínea,
ebrio de canto y sol,
recoge la ofrenda, fragante y virgínea,
del viejo solar español;
Del viejo solar donde el árbol de vida
reverdece á futuros de amor,
y oculta en la copa garrida
la pluma de la oropéndola y el nido del ruiseñor.
Cuando el apolnida recoge el haz superno,
el haz florido de emoción
como si en cada brizna palpitase un fraterno
y dolorido corazón;
El árbol solariego todo es aleo, cántico,
miserere, querellas,
porque murió el divino poeta trasatlántico,
Rubén Darío, espigador de estrellas
R. Blanco Fombona
Madrid, 1916.
— XII —
NOTA PRELIMINAR
Aunque parezco padre, no soy sino pa-
drastro de este libro. Lleva mi firma por ga-
nar un poquitín de gloria, si os pareciese
buena la idea que esta obra encarna, ó para
que me culpéis á mí y no á otro, de haberla
llevado á la práctica, si la creyeseis una ton-
tería más.
España — desmintiendo nuevamente absur-
das leyendas en que se la moteja de prosaica
y sanchopancista— ha demostrado con oca-
sión de la muerte de Rubén Darío, y por la
pluma de sus más prestigiosos portavoces,
que sabe preocuparse hondamente, cordial-
mente por los temas eternos.
Á excepción de los profesionales de las
letras, raras son las personas que leen más
de uno ó dos diarios asiduamente, y una re-
vista periódica, de vez en vez. Y como buena
parte de los trabajos aquí reunidos vieron la
luz pública diseminados en la Prensa que,
generalmente, se pierde una vez leída, me ha
parecido que á no pocos admiradores del poe-
ta hispano-americano les agradará ver en un
solo volumen y con carácter definitivo, cuan-
to en hojas efímeras y en cuartillas inéditas
se ha dicho en España últimamente del hom-
bre y de su obra.
Maese Reparos, de seguro encontrará im-
propio el título de este libro, ya que, según
él, varios de los escritores que colaboran
aquí son de nacionalidad americana. De an-
temano, le respondo que para mí — que soy
quien hace el libro — no existe esa mezquina
diferencia y que, á veces, más español creo
á un americano que ama y comprende á Es-
paña, que late entre nosotros sintiendo y pen-
sando en español, que no á un castellano viejo,
hijo, nieto y biznieto de castellanos viejos,
pero snob insoportable, lleno de desprecio
para todas las cosas de España. Tampoco fal-
tará quien me censure haber dado lugar en
esta obra á algunas que otras líneas de bal-
buciente forma literaria. Bien. Cuando hay
— 2 —
todo un Océano de por medio, cuando se
juzga la labor ajena encastillado en el inacce-
sible gabinete de estudio, parece lo más na-
tural y, sobre todo, lo más fácil, depurar y
extremar la selección. Pero cuando convive
uno en el café, en la biblioteca, en la tertulia,
con todos; cuando nuestra palabra sincera es
interpretada por el aparentemente damnifica-
do como una evasiva de nuestro envidioso
carácter ó una pedantería de nuestra insufi-
ciencia, el dilema más espantoso abre sus
fauces amenazadoras é inexorables, invitán-
donos á optar entre un rencor eterno ó una
consciente claudicación artística. Y como to-
davía no somos malos, preferimos lanzarnos
por esta segunda senda, seguros así, al me-
nos, de que acaso evitamos á más de un sem-
blante la palidez de la postergación, el dolor
de ser rechazado de allí precisamente adon-
de se ha acudido con sincero fervor á dejar
la ofrenda de los líricos dolores, de las ad-
miraciones profundas...
Quizá se note, en cambio, la ausencia de
algunos artículos y no pocas poesías sobre
Rubén Darío, publicados en este tiempo.
Ciertas omisiones no han dependido de mí,
sino de los destinatarios á quienes me he di-
rigido; otras son completamente voluntarias.
Se escriben cosas inadmisibles, ya por la for-
ma, ya por el fondo, verbigracia: el artículo
de Luis Bonafoux, "El poeta de la Paz", que
insertó Heraldo de Madrid. Destilaba hiél.
En su perfecto derecho estaba la pluma rea-
lista al comparar á Rubén con una foca
como ella, el poeta, era ingenuo y primiti-
vo—y hasta con un tiburón y un oso, símbo-
los de fuerza al fin. No desdeñamos la con-
vivencia con las fieras y aun admiramos á los
pingüinos. Pero nos molesta el sapo...
América, la hija pródiga emancipada, nos
dio á Rubén Darío, el más amoroso nieto de
España. Y al morir el hijo de América, la
Abuela no ha sabido sino tejer esta corona
lírica para la frente que aprisionó el en-
sueño.
J. G. O.
— 4 —
PRIMERA PARTE
EXALTACIÓN
Laudes, elegías, paráfrasis.— El poeta en la Inti-
midad.
Á RUBÉN DARÍO
Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía á buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfante volverás?
¿Te han herido buscando, en soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre tu clara historia quede.
Corazones de todas las Españas, llorad,
- 7 ~
Rubén Darío ha muerto en Castilla del Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
nadie esta lira taña si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene si no es el mismo Pan.
Antonio Machado

CAP X- LOS JUDIOS ESPAÑA EN SU HISTORIA


ESPAÑA 
EN SU 
HISTORIA 
CRISTIANOS 
MOROS Y JUDIOS 
AMERICO CASTRO
 EDITORIAL LOSADA S.A. 
BUENOS AIRES 1948
CAPÍTULO X 
LOS JUDÍOS 
LA historia del resto de Europa puede entenderse sin necesidad de 
situar a los judíos en un primer término; la de España, no. La fun- 
ción primordial y decisiva de los hispano-hebreos es indisoluble, a 
su vez, de la circunstancia de haber vivido articulados prietamente 
con la historia hispano-musulmana. La lengua usada por los más gran- 
des entre ellos (Maimónides, por ejemplo) fué el árabe, aunque lo 
escribieran con caracteres hebreos; su evidente superioridad respecto 
de sus correligionarios europeos es correlativa al superior nivel del 
Islam respecto de la cristiandad entre los siglos x y xn. Sin su roce 
con el Islam, nunca se habrían interesado por la filosofía religiosa l . 
No menos significativo es que sólo en España poseyeran los judíos 
una arquitectura viva, con matices propios, si bien esencialmente fun- 
dada en el arte islámico. Tras las sinagogas de Toledo y Segovia 
habla bellamente el espíritu de los hispano-hebreos, con una firmeza 
e intensidad expresivas sin análogo en el resto de Europa, porque 
allá nunca se sintieron "en casa". Mas el tono de esas expresiones 
arquitectónicas — destruidas casi en su totalidad — es islámico; la poe- 
sía, el pensamiento y la técnica de los hispano-hebreos son también 
secuelas de la civilización árabe. 
Los judíos lanzados fuera de su patria en 1492 se sentían — y ya 
veremos con cuánta razón — tan españoles como los cristianos. Oiga- 
mos al azar a cualquiera de ellos, a un tal Francisco de Cáceres vuelto 
a su tierra hacia 1500, después de haber aceptado, como tantos otros, 
una apariencia de cristianismo. Los señores del Santo Oficio, en cu- 
yas garras hubo de caer, le preguntaron por qué se había marchado, 
1 Ver H. Hirschfeld, pág. 2 de la introducción al Kitab al Khazari (Kiiab 
al-Jazari) de Yéhudá ha-Leví. Londres, 1906. 
470 
SUPREMACÍA DESDE ABAJO 
471 
y Cáceres respondió estas inteligentes y claras razones: "Si el rey, 
nuestro señor, mandase a los cristianos que se tornasen judíos, o se 
fuesen de sus reinos, algunos se tornarían judíos, e otros se irían; e 
los que se fuesen, des que se viesen perdidos, tornarseían judíos por 
volver a su naturaleza, e serían cristianos, e rezarían como cristianos, 
e engañarían al mundo; pensarían que eran judíos, e de dentro, en 
el coracón e voluntad, serían cristianos" *. 
La historia entre los siglos x y xv fué una contextura cristiano-is- 
lámico-judía. No es posible fragmentar esa historia en compartimen- 
tos estancos, ni escindirla en corrientes paralelas y sincrónicas, por- 
que cada uno de los tres grupos raciales estaba incluso existencialmente 
en las circunstancias proyectadas por los otros dos. Ni tampoco cap- 
taríamos dicha realidad sólo agrupando datos y sucesos, u objetiván- 
dola como un fenómeno cultural. Hay que intentar, aun a riesgo de 
no conseguirlo y de perderse, hacer sentir la proyección de las vidas 
de los unos en las de los otros, pues así y no de otro modo fué la 
historia. Hechos, ideas y todo lo demás que se quiera, fueron "by- 
products", sin sentido claro al ser desconectados de las vidas a que 
sirvieron de forma y expresión. 
SUPREMACÍA DESDE ABAJO 
Sobre la base común del pueblo hebreo disperso por el mundo 
medieval, la población judía de España destaca como un conjunto 
único y sorprendente. Desde la antigüedad egipcia aquel pueblo ve- 
nía sufriendo ataques dirigidos a aniquilarlo. Su creencia espirituali- 
zada ( ludaei mente sola unumque nurnen intellegunt, Tácito, Historias, 
V, 5), inseparable de su conciencia de pueblo, los hizo incompatibles 
con la concepción romana del Estado, y les atrajo antipatías y perse- 
cuciones desde muy antiguo. El judío se mantuvo altivamente segre- 
gado de otros pueblos, "comen y duermen separados de los demás . . . , 
1 Fritz Baer, Die Juden im christlichen Spanien, I, 1929; II, 1936. Esta obra 
es un excelente "cartulario" de documentos relativos a los judíos españoles, en 
parte inéditos, y en gran parte tomados de fuentes dispersas. Sobre tan rico 
caudal de textos fidedignos podemos comenzar a discurrir sobre el problema 
judío en la vida española. En adelante citaré Baer, tomo y página. He modi- 
ficado a veces la puntuación y un poco la ortografía, pues ahora no interesa 
la fonética histórica, sino lo que dicen los textos. 
472 
LOS JUDÍOS 
no se unen con mujeres de otra raza" (Tácito, ibíd.). Su espiritualidad 
agresiva y exclusivista no estuvo acompañada de suficiente ímpetu 
guerrero; el mesianismo radical del hebreo le alejaba de los contactos 
con el presente, y le privaba de una visión circular y conclusa del mun- 
do de la experiencia. Roma los deshizo políticamente, y el nacimiento 
del cristianismo los colocó en una postura sin semejanza en la historia, 
pues resultaron ser simultáneamente un credo indispensable y una 
carga enojosísima para la creencia triunfante l . El cristianismo acep- 
taba como espina dorsal los libros del Antiguo Testamento, los más de 
ellos divinamente revelados, con lo cual se fortalecía la fe de los he- 
breos, que así veían aceptada y revalidada la totalidad de su fe. El pa- 
ganismo greco-romano, por el contrario, fué eliminado totalmente co- 
mo sistema religioso. En circunstancias tales, la suerte de los hebreos 
tenía por fuerza que ser trágica, pues quedaban al mismo tiempo se- 
pultos y vivos. Su deicidio resultaba ser tan "felix culpa" como la de 
Adán, en tanto que condición requerida para el nacimiento del cris- 
tianismo, que cumplía y no abrogaba la antigua ley. No es sorpren- 
dente que el cristianismo ibérico, apretado entre el Islam y Sion, se 
entendiese a veces afectivamente con el judío mucho más que con el 
moro 2 , con una simpatía que se alzaba sobre la disparidad de creen- 
cias. 
El mundo de Occidente lleva casi dos mil años sufriendo los cró- 
nicos efectos de tan anómala situación, y ha sido afectado por ella 
en múltiples modos. El intento nazista — brutal como suyo — de eli- 
minar a esa raza por la violencia ha tenido consecuencias hoy todavía 
incalculables. En la Edad Media, su estancia en España y su ulterior 
destierro trazaron una de las coordenadas de la historia ibérica. Du- 
rante largos siglos la vida hispano-cristiana descansó sobre aquel ex- 
1 Para un detenido estudio de este punto véase James Parres, The Conflict 
of the Church and the Synagogue, Londres, 1934, págs. 370 y sigs. 
2 He aquí cómo sentía en su testamento don Juan Manuel, el Infante, a 
quien tenemos que considerar como el más alto tipo de español en el siglo xiv: 
"Como quier que don Salamón, mío físico, es judío e non puede nin deve seer 
cabecalero ['albacea'], pero porque lo fallé siempre tan leal — que abés ['ape- 
nas'] se podría dezir nin creer — , por ende ruego a doña Blanca e a mis fijos 
quel quieran para su servicio, c lo crean en sus faziendas, e so cierto que se 
fallarán bien dello, ca si christiano fuesse, yo sé lo que yo en él dexaría" 
(texto publicado por Mercedes Gaibrois en BAH, 1931, XCIX, 25). 
SUPREMACÍA DESDE ABAJO 
473 
traño pueblo, yedra y a la vez tronco de su historia. Si la lógica de 
la razón interviniese en las peripecias humanas, España habría debido 
ser lugar dilecto para el entrelace armónico de dos pueblos tan des- 
afines. Mas pensar en ello sería una utópica ociosidad. Lo que ocu- 
rrió fué que el aristocratismo espiritual de los israelitas y su hábito 
de adaptarse miméticamente a las más difíciles circunstancias, permi- 
tieron a la raza perseguida transponer sus modos orientales de vida 
en genialidad de Occidente, aunque manteniéndose como una nación 
religiosa, acéfala y siempre "in partibus infidelium". La amargura 
de su exilio, casi metafísico a fuerza de ser necesario, desarrolló cua- 
lidades defensivas y una rara aptitud para deslizarse por todos los 
huecos y para escalar las cimas más abruptas. Supieron plegarse o 
triunfar en los medios más opuestos: como parias humildes en las 
montañas de Marruecos, y dando nuevo rumbo a la física en la Eu- 
ropa contemporánea. Los judíos españoles ofrecían un aspecto en 
la zona árabe y otro en la cristiana; dentro de ésta, los de Castilla se 
distinguían de los de Andalucía y Levante  
Una civilización peculiarmente hebrea no existe. Las persecuciones 
sufridas bajo los visigodos (pág. 211) impulsaron a los judíos a ayudar 
a los invasores sarracenos. Imaginamos que ellos serían los mejor 
informados acerca del sentido de la ocupación musulmana del Norte 
de África, mientras la corte de Toledo, sin fuerte conciencia de na- 
cionalidad, se entregaba al placer mortecino de las luchas civiles. Me- 
joró la condición de los hebreos con la llegada de los sarracenos, y 
en el siglo viii compartían con éstos la dominación de Toledo 2 . 
Pronto adoptaron nuevas costumbres, y se hicieron maestros en el 
uso literario de la lengua árabe. Cuando el Islam español alcanzó la 
cumbre de su vitalidad en el siglo x, comenzaron también a surgir 
1 Según el libro del Alboraique (hacia 1488) los conversos de Castilla la 
Vieja, León y Zamora eran sinceros: "apenas se fallarán dellos ningunos he- 
rejes". En Toledo, Extremadura, Andalucía y Murcia, "apenas fallaredes 
dellos algunos cristianos fieles, lo cual es notorio en toda España" (texto de 
L Loeb, en REJ, 1889, XVIII, 241). Llamaban "alboraiques" a los falsos con- 
versos, con el nombre del caballo de Mahoma, que no era caballo ni muía. 
Tal diferencia geográfica aparece también en el lenguaje, en la política con- 
temporánea y en muchos otros fenómenos sociales. 
2 S. Dubnov, Die Geschichte des jüdischen Volkes in Europa, IV, 1926, 
pág. 88. 
474 
las grandes personalidades judías. Hasday ibn Saprut (910-970) fué 
médico, ministro de hacienda y embajador de 'Abd al-Rahmán III; es 
célebre además por su traducción de Dioscórides. Sémuel ibn Na- 
grella — que vivió entre 982 y 1055 — , llegó a ser visir del rey de Gra- 
nada a causa del bello estilo de sus cartas, y fué sucedido en el cargo 
por su hijo Yosef. Igual puesto ocupó en< el reino de Zaragoza (en 
1066) Abü-1-Fadl ibn Hasday l . Pero éstos y varios otros fueron luego 
eclipsados por Abraham ibn 'Ezra (1093-1167), natural de Tude- 
la; Sélomó ibn Gabirol (1021-1052), malagueño; Yéhudá ha-Leví 
(1080-1140), toledano; y sobre todo, por el cordobés Maimó- 
nides (1135-1204). Sus obras literarias, científicas y filosóficas ocu- 
pan lugar bien visible en la historia de la civilización de Europa, y 
sale de mi plan valorarlas de nuevo. Digamos simplemente que nin- 
guno de ellos hubiera sido lo que fué sin el Islam español. Cuando 
éste decae después del siglo xn, declina igualmente la genialidad crea- 
dora del hispano-hebreo, que en adelante se nutrirá de su pasado. Los 
Diálogos de amor de Abrabanel enlazan ya con el Renacimiento ita- 
liano del siglo xv, y el pensamiento de Benito Espinosa será un fruto 
de la Europa racionalista, pese a las hondas resonancias de su genia- 
lidad hebraica. 
Las invasiones de los almorávides y almohades en los siglos xi y 
xii fueron casi tan funestas para los hispano- judíos como para los 
mozárabes cristianos. Ya en 1066 hubo en Granada una matanza que 
costó la vida a millares de hebreos 2 . Muchos buscaron refugio en 
la zona cristiana; acrecentaron las comunidades existentes desde el 
comienzo de la Reconquista, y fueron vehículo para las maneras de 
vivir musulmanas en igual medida que los mozárabes. Téngase muy 
en cuenta que, en realidad, los árabes sirvieron también de maestros 
para los cristianos en el arte de utilizar a los hebreos como médicos, 
científicos, almojarifes (funcionarios de hacienda), funcionarios pú- 
blicos (bailíos en Aragón, por ejemplo), diplomáticos y, en general, 
como administradores del patrimonio del Estado y de los nobles. 
A través de ellos se reflejaba el prestigio de la vida islámica, con la 
ventaja de no ser musulmanes y de poseer una creencia y una moral 
1 R. Dozy, Histoire des musulmans d'Espagne, 1932, III, .págs. 18 y 71. S. 
Dubnov, o. c, IV, págs. 220 y 223. 
2 R. Dozy, Histoire des musulmans d'Espagne, III, 72. 
SUPREMACÍA DESDE ABAJO 
475 
mucho más próximas a las de los cristianos. Reyes y señores deposi- 
taron en ellos confianza ilimitada — a reserva de matarlos ferozmente 
si incurrían en deslealtad, según, después de todo, hacían también 
con los cristianos. Cuando Alfonso VI envió una embajada a Al- 
Mu*tamid de Sevilla para recaudar las parías o tributo debido, el 
encargado de recibir el dinero no fué ningún caballero cristiano, sino 
el judío Ibn Sálib (Dozy, o. c, III, 119). 
Sabemos ya que en la época visigoda los judíos sobornaban a los 
clérigos y gozaban de la protección de los nobles, no obstante las 
leyes severas dictadas contra ellos. Pero la situación bajo los reyes 
cristianos fué muy otra. Estaban legalmente tolerados, y los reyes 
reiteraron una y otra vez que sin los hijos de Israel sus finan- 
zas se vendrían abajo. Las aljamas o comunidades pagaban una ca- 
pitación o contribución por cabeza, y además daban diezmo a la 
Iglesia. Aparte de eso los judíos fueron durante toda la Reconquista 
recaudadores de los impuestos reales, y de los tributos debidos a las 
Órdenes militares y a los grandes señores. No fué raro que prestaran 
iguales servicios a prelados y dignidades eclesiásticas. 
Las aljamas tributaban aquella gran suma de maravedís, tan ape- 
tecida por los reyes, por ser los judíos grandes productores de riqueza 
y muy hábiles negociantes. No hubo oficio que no practicasen, ni 
asunto remunerador en que no tuviesen mano. Exportaban e impor- 
taban mercancías, y prestaban dinero con un 33 % de interés anual 1 . 
1 Durante la Edad Media, el interés usual osciló entre 33 y 43 %; en el 
siglo xvi, después de la expulsión de los judíos de Ñapóles (vivamente propicia- 
da por los usureros genoveses y florentinos), los prestamistas cristianos llegaron 
al 240%. Véase S. W. Barón, A Social and Religious History of the Jeivs, 
Columbia University Press, 1937, t. II, págs. 16 y 35. La primera víctima de la 
economía medieval era el judío, esquilmado mucho más cuantiosa y arbitraria- 
mente que el cristiano (Barón, t. II, pág. 18). La cristiandad no prestó atención 
al judío pobre (y dentro de la judería la miseria de los oprimidos debió de ser 
grande) (véase Béla Szfkely, El antisemitismo, Buenos Aires, 1940, págs. 162- 
163, 203); tan cierto es eso que sólo gracias a la importancia cultural de los 
conversos españoles, ha llegado la noticia individual de dos judíos indigentes: 
Juan Poeta, de Valladolid, y Antón de Montoro. Lo que el cristiano, deudor o 
contribuyente recordó, fué sólo el judío rico, el odiado almojarife cuya fortuna 
prosperaba mientras no se le encendiera la codicia al rey. ¿No fué ése el caso 
de don Pedro el Cruel con su "padre" don Simuel el Leví? Ya había esta- 
tuido Santo Tomás de Aquino que la Iglesia — y los soberanos se arrogaron el 
476 
LOS JUDÍOS 
El rencor de sus acreedores y el odio de los contribuyentes influye- 
ron grandemente en su perdición, cuando el pueblo llano adquirió 
en el siglo xiv un poder y una iniciativa de que hasta entonces había 
carecido l . 


UN COLLAR DE TURQUESAS

  Domingo, 25 de diciembre de 2016 UN COLLAR DE TURQUESAS EN NAVIDAD Por Fulton Oursler 1952 UN COLLAR DE TURQUESAS Por Fulton Oursler...