miércoles, 23 de diciembre de 2020

RECUERDO UNA NAVIDAD

 

domingo, 30 de diciembre de 2018

SUZANNE DEL CIELO-
LA FRUTA QUE LLEGÓ AL CORAZÓN 


 Un día de cierto año, llegó una señora  a casa de Alberto a hacerle  una tarea de limpieza. La señora  le entregó a nuestro amigo una bolsa conteniendo tres frutas de las llamadas "Matasanos" Parece ser ser que esta fruta de matasano no fue bien aceptada por los españoles cuando llegaron a las tierras de América.
 Nuestros bisabuelos y abuelos lo sembraban más como  para marcar los linderos de sus terrenos que por degustar de las frutos. Las frutas maduras caían solas por su peso y se pudrían en el suelo. Tanto animales y aves domesticos como salvajes es probable que las comiesen  al píe del árbol.
Albert, que así le llamaban sus amigos, recibió  la bolsa con los tres matasanos ya maduros, agradeció a la señora por llevarselos y los colocó sobre una mesa, decidiendo que probaría uno al mediodía.
En ese momento, 10.00 de la mañana- llegó a su mente el rostro de Suzanne, su bella amiga y  recordó que en una plática anterior ella le había comentado que en alguna oportunidad siendo niña había probado la fruta de matasanos en la finca situada en Huehuetenango , propiedad de su abuelito Helmuth. Un alemán de la vieja escuela.. Suzanne del Cielo y Mar, era una bellísima joven  de cabellos castaños dorados, piel blanca, alta,ojos de color azul celeste y una figura escultural
Alberto se dijo a sí mismo;
_Quizás estas frutas le apetezcan a Suzanne. Se la llevaré. Espero que le agraden._
 Al llegar a casa de Suzanne y preguntar por ella, un familiar le dijó que ella había salido a hacer un mandado. Albert le entregó la bolsa con las frutas de matasanos, rogando que entregase la bolsa a Suzann.
Previamente Albert, que tenía un alma soñadora y de poeta, días antes había leído en la Sagrada Escritura de la Bilbia, el pasaje siguiente; "Y David dijo con vehemencia: ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!." 2 Sam. 23.15 Pensando en este verso y su gran significado Alberto tomó papel y pluma y lo escribió en una hoja de papel que adjuntó a las frutas.
Después de la entrega, el buen Alberto regresó  a su casa y esperó
A las 7.30  o quizás a las 8.00 de la noche, Albert  tocó la puerta de la casa de Suzanne. Ella misma abrío, invitandole a pasar. Radiante la mirada de sus ojos claros y la faz muy bella.
Susann tenía preparada una cena muy exquisita, pan y chocolate caliente. y seguidamente platicaron.
Ella le dijo que ese día a eso de las 10.00 horas de la mañana, había venido a su mente el deseo de comer un matasano. Por lo mismo había salido a dar una vuelta a preguntar a unas tiendas de comestibles a buscar dicha fruta. Buscar un matasano en las tiendas es como dice el conocido dicho, como buscar una aguja en un pajar. Ella regresó desanimada a su casa. Sin embargo como buena cristiana que se comunicaba constantemente con Dios, elevó una sencilla oracion delante del Padre Eterno y le pidió que si fuera posible le concediese encontrar  la mencionada fruta de algun forma, porque para Dios nada es imposible.
Sin lugar a dudas Dios le concedió su petición, y al regresar a su casa encontró la bolsa en la mesa del comedor.  Al ver que adentro había tres matasanos maduros con su color amarillento, sintió alegría, y algo más aún  al leer la pequeña nota adjunta que decía: Suzanne, comparto contigo el siguiente verso:
 "Y David dijo con vehemencia: ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!." 2 Sam. 23.15
Espero mi amada Suzann que te agraden estos matasanos-
Quien piensa en tí todo el día
 Albert
Suzann preguntó  a su amado, como había hecho  para "adivinarle" el pensamiento.
 Él le respondió que solamente había acudido a su mente y corazón que deseaba regalarle los matasanos.
Susann y alberto se tomaron de las manos y se abrazaron. Alberto buscó la mirada de su bella Suzanne y se deleitó en los hermosos ojos azul celeste de su princesa. luego aspiro profundamente el aroma que exhalaban los cabellos rubios de Suzanne del Cielo y Mar  para recibir un beso dulce y muy exquisito de los labios de Suzanne del Cielo. Y así abrazado a la escultural figura de Suzanne le dijo:
"Susann, mi bella Susann, mi amada princesa...eres tan bella...tan noble..tan especial"
Matasanos, vosotros que nunca estareís en las estantanterías junto a las uvas, melocotones, higos, dátiles y granadas. Que habeís sido menospreciados y despreciados hasta el cansancio,llegasteis directo al corazón de mi princesa amada, a su dulce boca y paladar y por ello recibí en recompensa los más dulces besos de su boca. Por eso os digo, en vosotros se ha venido a cumplir la palabra que dice:

 2:3 No multipliquéis palabras de grandeza y altanería;
Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca;
Porque el Dios de todo saber es Jehová, 
Y a él toca el pesar las acciones.
2:4 Los arcos de los fuertes fueron quebrados,
Y los débiles se ciñeron de poder.
2:5 Los saciados se alquilaron por pan,
Y los hambrientos dejaron de tener hambre;
Hasta la estéril ha dado a luz siete,
Y la que tenía muchos hijos languidece.
2:6 Jehová mata, y él da vida;
El hace descender al Seol, y hace subir.
2:7 Jehová empobrece, y él enriquece;
Abate, y enaltece.
2:8 El levanta del polvo al pobre,
Y del muladar exalta al menesteroso,
Para hacerle sentarse con príncipes y heredar 
 un sitio de honor. 

martes, 5 de julio de 2016

jueves, 24 de diciembre de 2015



 RECUERDO UNA NAVIDAD
Por José Conrad
Condensado de «The Delineator»
Diciembre de 1959


DESDE el punto de vista tradi­cional, una Navidad en alta mar resulta a todas luces desanima­da. Faltan las ocasiones, y también los elementos. Desde luego, hay pa­ra la tripulación el budín navideño, o algo que se le asemeja; y cuando el capitán sale por primera vez a cubierta, el oficial de guardia de al­ba le saluda con un «¡Felices pas­cuas, capitán!» dicho en tono mode­radamente efusivo. Todo lo que pa­sara de esto sería incorrecto, dada la diferencia jerárquica. Normalmen­te, el oficial podrá esperar que le co­rrespondan con un «Lo mismo de­seo a usted» en que la entonación cordial se halle sutilmente dosifica­da. Y no siempre, ni siquiera así, verá correspondido su saludo.
Si acertamos a estar en puerto pa­ra la Navidad, difícil será que nos ocurra peor calamidad que un alud de cuentas por pagar. Imagino que el sabernos a cubierto de tal peligro hace que la Navidad en la mar nos parezca en general agradable. Encanto adicional le presta aquello de no tener que preocuparnos por los aguinaldos. Los regalos debieran ser cosa inesperada. Hacerlos y recibir­los en fecha fija se me antoja ritual hipócrita, algo así como cambiar re­galos de fruta del Mar Muerto** Fruta que, según algunos escritores de an­taño, era bella por fuera, pero que al cogerla se convertía en humo y ceniza.
en prenda de recíproca y fingida cama­radería. Pero el mar acerca del cual escribo es el mar vivo; la fruta que la casualidad nos depara allí será sa­lobre como las lágrimas o amarga como la muerte, pero jamás dejará sabor de ceniza en la boca.
De mis 20 años de vagar por las intranquilas aguas del globo, tan so­lo recuerdo una Navidad por el aguinaldo dado o recibido. Fue, a mi entender, episodio muy propio del mar vivo, y por lo inesperado, digno tal vez de relatarse. Empezaré por decir que aconteció en el año de 1879, mucho antes de que nadie hu­biese pensado en mensajes inalámbricos, y si alguien hubiera profe­tizado la radiodifusión lo habrían considerado un excéntrico insufrible y, probablemente, lo habrían reclui­do en una casa de reposo. Casas de orates llamábamos entonces a esos establecimientos en nuestro rudo len­guaje cavernario.
El amanecer del día de Navidad del año de 1879 fue hermoso. A eso de las cuatro había empezado el sol a iluminar la sombría extensión del océano meridional, a 51 grados de latitud; y poco después avistamos a proa una vela. Soplaba un viento flojo, pero teníamos marejada. A poco de haber amanecido, le deseé pascuas a mi capitán. Aun­que todavía soñoliento, se mostró afable. Al darle parte de la vela que habíamos avistado, aventuré la opi­nión de que ese barco lo estaba pa­sando mal. «¿Mal?» dijo él en tono incrédulo. Tomando luego el ante­ojo que yo tenía en la mano lo diri­gió hacia el velero cuyos desapareja­dos mástiles semejaban tres palillos de fósforos de cocina bamboleándo­se grotescamente en la ondeante y adusta soledad, y me lo devolvió sin decir palabra. Lo único que hizo fue bostezar. Me escandalizó tan notoria insensibilidad. En aquel entonces mi experiencia era más bien escasa; y resultaba relativamente nueva para mí aquella región del mundo de las aguas.
El capitán, según es uso y cos­tumbre de los capitanes, había desa­parecido de la cubierta; poco des­pués asomó por la escalerilla de popa el carpintero, que traía un cuñete de madera vacío, de los que, se usan a bordo para envasar ciertas provisiones.
—¿ A qué viene traer eso aquí, Chips?— le pregunté.

—Es orden del capitán, señordijo por única explicación. No quise averiguar más, así que nos deseamos felices pascuas y se marchó Chips. La siguiente persona con quien ha­blé fue el camarero. Subió corriendo la escalera de la cámara.

¿ Tiene el señor algunos diarios viejos en su camarote?— me pre­guntó. Sí tenía yo varios números de diarios de Sydney: el Herald, el Telegraph, el Bulletin; y también de diarios de Inglaterra recibidos por el último correo.

—¿ Para qué quiere usted saberlo, camarero ?— pregunté a mi vez co­mo era natural.

—Al capitán le agradaría que us­ted se los facilitase— repuso.

Ni aun entonces alcancé a expli­carme qué pudiera haber en el fon­do de esas excentricidades. Me te­nían asombrado, y nada más. Eran las ocho pasadas cuando nos acerca­mos al barco que, aferradas las velas y al parecer sin rumbo alguno, se contentaba por lo visto con flotar indolentemente en el umbral mismo de la sombría mansión de las tor­mentas. Mucho antes de esa hora, ya me había dado yo cuenta, por el gran número de lanchas que llevaba a bordo, de que la indolente embar­cación era un ballenero. Por prime­ra vez veía yo uno. Este enarbolaba la bandera de las barras y estrellas, y con las de seriales nos enteraba de su nombre: el Alaska. Dos años an­tes había zarpado de Nueva Bedford. Última escala: Honolulú. Doscien­tos quince días llevaba navegando. Pasamos frente a él, a poca veloci­dad, a unos 100 metros de distancia; y justamente al tocar el camarero la campana de llamada al desayuno, el capitán y yo estábamos en cubierta, a la vista de los que desde la popa del ballenero nos miraban mientras sosteníamos en alto el cuñete que contenía, a más de un voluminoso rollo de diarios, dos cajas de higos, como obsequio propio de ese día. Lanzamos el cuñete por la borda, cuan lejos pudimos. En ese preciso instante, al caer nuestro barco en el seno de una enorme ola, dejamos muy atrás de nuestra estela al ba­llenero.
A bordo del Alaska un hombre con gorro de piel levantó en alto la mano; otro hombre muy barbudo acudió inmediatamente. Jamás ha­bía visto yo presteza y eficacia igua­les a las desplegadas en el ballenero para arriar una de sus lanchas, en tanto bailoteaba él mismo desespe­radamente, sin que la mar le diese un instante de tregua. Continuó el océano meridional jugueteando con ambas embarcaciones como malaba­rista con sus doradas esferillas, y pa­reció que el microscópico punto blanco en que ahora se había con­vertido la lancha asomara de súbito, cual lanzado por una catapulta, en el inmenso y desierto escenario. El ballenero yanqui no perdió instante en recoger el aguinaldo del clíper lanero inglés. No habíamos aumen­tado gran cosa la distancia que nos separaba cuando saludó con el pa­bellón en señal de agradecimiento y nos pidió que informásemos que navegaba sin novedad y había pes­cado ya tres ballenas. Calculo que esto fuese para los del ballenero la compensación de 215 días de tra­bajo y peligros, lejos de la vista y sonidos del mundo habitado, como desterrados que cumpliesen alguna hechizada y solitaria condena más allá de los confines hasta donde llega la vida de la humanidad.

UN HIDALGO JUDIO DE CAPA Y ESPADA- TOMAS TREVIÑO DE SOBREMONTE- I-


LOS JUDIOS BAJO LA INQUISICION 
EN HISPANOAMERICA 
BOLESLAO LEWIN 
  A don Itzjak Ben Zvi, digno presidente 
del Estado de Israel y eminente colega, 
afectuoso homenaje. 
B. Lewin 
  EDITORIAL DEDALO 
BUENOS AIRES 
EDITORIAL DEDALO, 1960
3. — El "Santo de la Ley judía'' en México 

Aun dentro de la variedad de tipos psicológicos que 
presentamos en este capítulo, se destaca con perfiles 
nítidos e inconfundibles la noble figura de Tomás Tre- 
viño de Sobremonte. Este estudiante salmantino de cé- 
nanos que a la edad de dieciséis años, en 1609, abandona 
la famosa universidad para sentar plaza de paje y que 
da muerte a un compañero de servicio por haberlo lla- 
mado judío, es un espécimen raro de apego a la religión 
hebrea, aunque él mismo por la rama paterna descendía 
de hidalgos cristianos viejos y únicamente por la ma- 
terna era judío. 
Es extraordinario el odio con que los inquisidores 
hablan de Treviño de Sobremonte. En los escritos del 
fiscal se le califica de protervo y pérfido judío; fingidor, 
simulador, execrado reo; perro inmundo que volvió al 
vómito y a relamer lo que de su estómago había lanzado 
la apostasía; judío de marca mayor; audaz reo; malicioso 
reo; depravado y astuto gran judío; rabino; ignorante 
reo; perverso judío; rabí de su falsa Ley; gran judío; 
sacerdote y rabino falso; maldito reo; sacerdote rabino 
y persona famosa entre los hebreos, cristianos, herejes 
judaizantes, apóstatas de Nuestra Santa Fe Católica; 
maestro y dogmatizador muy celoso de su falsa I^ey; 
judío desdichado e infeliz; fingido cristiano y verdadero 
judío; circunciso y recutido judío; indómito y rebelde 
judío; justificado reo, sacerdote falso; dogmatizador de 
su Ley; fautor y encubridor de herejes. 
Tomás Treviño de Sobremonte. uno de los israelitas 
más fervientes del Nuevo Mundo, fué un hombre de 
temple extraordinario y. al menos, hasta su total iden- 
tificación con el judaismo, un hidalgo impetuoso y de 
un orgullo innato y desbordante. En 1629, a escasos años 
de su primera condena inquisitorial y cuando contraía 
enlace con María Gómez, él, que hacía poco estuvo 
obligado a traer en público la vestimenta infamante, el 
sambenito, y cuya sentencia le inhibía a ocupar empleos 
y usar la indumentaria de la casta hidalga, era acusado 
por el fiscal del Santo Oficio en México de que "con 
notable atrevimiento" vestía seda, portaba armas y 
andaba a caballo. De inmediato fué ordenada una in- 
vestigación, la que comprobó plenamente el delito de 
Treviño. Este, que se dió cuenta del peligro que le ame- 
nazaba por no haber cumplido al pie de la letra el fallo 
del vengativo tribunal, aparentando una humildad, que 
en aquella época de su vida no era propiamente lo que 
más le caracterizaba, se dirigió a la Inquisición con un 
escrito en que comunicaba el privilegio obtenido del 
Inquisidor general de España en el sentido de poder 
usar nuevamente la vestimenta hidalga. Agregaba al 
propio tiempo, que, como castigo por el incumplimiento 
de un requisito formal pero obligatorio, ofrecía cien 
pesos "para gastos de este Santo Tribunal". Expresaba 
también su esperanza de que éste, "usando de la cle- 
mencia que suele usar", aceptará su donativo y le per- 
donará su "indiscreción". En efecto, así sucedió- 
Sin que lo pudiera remediar, Treviño de Sobre- 
monte se hallaba envuelto en una atmósfera en que 
cada paso que daba era espiado tanto con fines bajos y 
viles como por motivos de real celo religioso. El altivo 
hidalgo y poderoso hombre de negocios se vió también 
acosado por sujetos que querían extorsionarlo con la 
amenaza mortal de denunciarlo nuevamente a la Inqui- 
sición. En lo que dependía de él no hacía caso a ese 
terrible peligro; la Inquisición, en cambio, con método 
jesuítico y paciencia benedictina acumulaba toda prue- 
ba en su contra, viniera de donde viniese.
 El concepto que la Inquisición y la mojigatería 
colonial tenían de Treviño empeoró aún más cuando 
casi todos sus parientes fueron detenidos por el Santo 
Oficio por practicar ritos judíos. Treviño de Sobremonte 
quien desconocía lo que era someterse pasivamente a la 
adversidad, se vió precisado a aconsejar a su propia es- 
posa que se entregara a la Inquisición. Hizo esto con la 
esperanza, bien fundada, de lograr para ella una mayor 
"misericordia" de parte del riguroso tribunal. El, mien- 
tras tanto, empleaba todos los medios para engañarlo y 
arrancar las víctimas de sus tentáculos. Con tal fin se 
sirvió de un negro, empleado de las cárceles secretas. 
Tuvo también el arrojo acerca del cual el fiscal de la 
Inquisición dice "que aunque se exagere con cuantos 
encarecimientos son posibles, aún no se llega a la gra- 
vedad del delito que este audaz reo cometió". Consistía 
éste en presentarse en la alcaidía de la Inquisición a 
fin de dar personalmente algunos consejos a su suegra. 
Realmente, el fiscal tenía sobrados motivos para sentirse 
indignado y agraviado en su carácter de representante 
del Santo Oficio por la osadía inaudita, y desconocida 
en sus anales, de Treviño de Sobremonte. Este no sólo 
había violado uno de los principios de la Inquisición, 
sino salido ileso de su guarida. 
En lo que se refiere a la esposa y suegra de Treviño 
de Sobremonte, como se trataba de su primera aprehen- 
sión, gozaron de la "misericordia" inquisitorial, o sea, 
habiendo prometido no incurrir más en la apostasía, 
fueron condenadas a varios años de cárcel acompañados 
por la obligación de usar el sambenito, la vestimenta 
infamante. Pero después de esa triste experiencia pu- 
dieron volver a sus hogares. En tal contingencia, como 
en todas las otras, Treviño siguió su táctica de desorien- 
tar y engañar al "santo tribunal": fingió tan gran enojo 
por la "pertinacia judaica" de su mujer, y aparentó tan 
bien el deseo de separarse de ella, que la Inquisición 
cayó en el ridículo — lo que nunca le perdonó — de 
ordenarle severamente que reanudase la convivencia 
matrimonial. 


 

UN COLLAR DE TURQUESAS

  Domingo, 25 de diciembre de 2016 UN COLLAR DE TURQUESAS EN NAVIDAD Por Fulton Oursler 1952 UN COLLAR DE TURQUESAS Por Fulton Oursler...