martes, 21 de noviembre de 2023

MI CORAZÓN INQUIETO 177

 

 “MI CORAZÓN INQUIETO “

POR VIENTO SOLLOZANTE

Primer Libro

MI CORAZÓN INQUIETO    177
—No te preocupes, te irá muy bien —me dijo mi esposo a la mañana siguiente, al cerrar la puerta de un portazo y entregarme las llaves.
—Todavía sigo deseando que vinieses con nosotros. ¿Qué sucederá si tengo problemas? —le supliqué. —No tendrás ningún problema. Todo lo que vas a hacer es comprar la comida, ir al médico y regresar a casa. ¿Qué es lo que te podía suceder? —Supongo que tienes razón —le dije poniendo el coche en marcha. Era la primera vez que salía sola con los niños desde el nacimiento de Nube y no estaba segura de poder arreglármelas con los tres, conducir y hacer las compras, pero sonreí para mí misma. Don tenía razón, ¿qué es lo que podía salirme mal?
Al llegar a la ciudad vi un letrero que decía LAVE SU COCHE CON UNA VARITA MAGICA y decidí lavarlo para darle una sorpresa a Don. No había lavado nunca el coche, pero había visto cómo lo hacía Don y me parecía bastante sencillo.
Me metí con el coche donde lo tenía que lavar y me subí a la acera. Cuando el coche dio contra la acera el pito del coche pitó de manera estridente. Salí del coche y tomé con una mano la varita mágica y con la otra metí la moneda en la ranura. Comencé a echarle agua al coche y los niños empezaron a dar grititos y a saltar en los asientos de atrás del coche y entonces  me di cuenta de que las ventanillas estaban todavía abiertas y el jabón y el agua habían empapado el asiento de atrás y a los niños.
—¡ Cierren las ventanillas! —les grité y dirigí el chorro de agua al maletero del coche.
—¡No puedo! —gritó Antílope— ¡la manija está cubierta de jabón!
Cuando intenté abrir la puerta para ayudarle, se me resbaló de la mano la varita mágica y dio sobre el techo del coche. Yo corrí alrededor del coche, intentando agarrarla, pero golpeaba sin control, de manera que no me era posible acercarme a ella. Salté al interior del coche y arranqué a toda velocidad, antes de que la manguera pudiera destrozar el cris                                 178    MI CORAZÓN INQUIETO

tal de adelante. Dejé al monstruo retorciéndose en donde se lavaban los coches, pegando contra las paredes y echando jabón y agua por todas partes. Cuando me encontraba a una cuadra de allí todavía podía oír la manguera golpeando el suelo, preguntándome cuánto tiempo duraban los veinticinco centavos.
Me preguntaba si Don se daría cuenta de que el coche estaba a medio lavar y tenía la esperanza de que se les secase la ropa a los niños y a mí el vestido antes de que llegásemos al mercado.
El viaje al mercado se realizó sin acontecimientos, a excepción de los catorce repollos que salieron rodando por el pasillo después de que Antílope tirase uno de abajo.
Finalmente todo lo que me quedaba por hacer era llevar a Nube a la clínica para su examen médico y después podría dirigirme a casa.
La sala de espera estaba llena y todos los asientos ocupados. Yo me situé al lado de la pared, con Nube en mis brazos, mientras que Antílope y Ciervo andaban rondando por la sala. No tardaron en atraer la atención de todos los presentes, muy ocupados, haciendo amistades.
Una señora, que llevaba alrededor de sus hombros un chal color blanco, empezó a hablarle a Antílope. De repente, sin el menor aviso, Antílope tomó una esquina del chal y se limpió la nariz con él y a continuación salió corriendo por el pasillo con Ciervo detrás de él.
Yo creí que la señora se iba a desmayar y me acerqué a la pobre mujer, que se había quedado horrorizada. Le pedí perdón por lo acontecido y me ofrecí a ocuparme de la limpieza de su chal, pero se negó murmurando algo respecto a no volverle a decir nunca más a ningún niño que usase un pañuelo.
De repente un terrible grito hizo que todo el mundo dirigiese su atención en dirección a la sala de emergencias. Una enfermera dejó su escritorio y salió en esa dirección. Una señora que estaba a mi lado dijo que le parecía que estaban tratando a un niño al que le había atropellado un coche
MI CORAZÓN INQUIETO    179
El ruido que procedía de la sala de emergencia se hizo más intenso.
—¡Es terrible! ¿Por qué no hacen algo por aliviarle el dolor a ese niño? —dijo una señora.
Yo busqué con la vista a mis hijos, pero no los vi por ninguna parte, así que me fui por el pasillo a buscarles. Al pasar junto a la sala de emergencia vi cuál era la causa de todo el ruido y toda la confusión. Ciervo y Antílope corrían alrededor de la mesa de exámenes y detrás de ellos iba una enfermera y un médico.
Yo entré en la sala, les agarré y les obligué a sentarse en una silla, mientras yo les tenía agarrados por el cuello de la camisa.
—¡Esos son los niños más rápidos que jamás he visto! —decía el médico jadeante. —Había dos pacientes más antes de usted, pero creo que les recibiré ahora.
Al cabo de unos minutos me aseguró que Nube gozaba de una excelente salud y que no había necesidad de que regresásemos antes de un año. Metí a los tres niños en el coche y me dirigí hacia casa.
De camino a casa me di cuenta de que justo delante de mí había un coche negro muy grande. De repente las ruedas de mi coche pasaron por un profundo charco y el coche dio una sacudida violenta. La bocina comenzó a tocar. Tenía un corto circuito. Procuré que dejase de sonar, pero no pude. ¡Cuando levanté la vista, vi que el coche que tenía delante era una carroza fúnebre!
Traté de dar marcha atrás, pero el conductor del camión que venía detrás de mí me hizo señas para que siguiese hacia delante. La carretera era demasiado estrecha y llena de barro como para que me pudiese detener o echarme a un lado sin que se me atascase el coche.
No podía hacer nada, así que no me quedó más remedio que seguir a la carroza fúnebre, con el ruido constante de la bocina. Fuimos avanzando por la carretera llena de baches kilómetro tras kilómetro, la 

180    MI CORAZÓN INQUIETO
carroza fúnebre, yo y mi bocina y el camión detrás de mí.
Por fin la carretera se ensanchó, permitiéndome detenerme junto a ella y dejando que el coche fúnebre siguiese su camino sin el acompañamiento de mi bocina y entonces salí para ver si encontraba la manera de poner fin a ese ruido.
El camión que me había estado siguiendo se detuvo también y se me acercó el conductor. —¿Por qué le tocaba usted la bocina a ese coche fúnebre? —gritó por encima de todo el ruido.
—¡ Es una antigua costumbre india que tiene como propósito alejar a los espíritus malignos! —le grité, levantando el capó. —¿Sabe usted cómo hacer para parar este ruido?
Pocos minutos después me dirigía tranquilamente a casa.
Cuando llegué al patio, Don salió de la casa a recibirme y para ayudarme con las bolsas de la comida. —¿Has tenido algún problema? —me preguntó, mientras tomaba algunas bolsas.
—No, ni mucho menos —le dije— siguiéndole a la casa. —Después de todo ¿qué podía haber ido mal?

UN COLLAR DE TURQUESAS

  Domingo, 25 de diciembre de 2016 UN COLLAR DE TURQUESAS EN NAVIDAD Por Fulton Oursler 1952 UN COLLAR DE TURQUESAS Por Fulton Oursler...